Antonio Negri, vencedor / Sergio Fontegher Bologna

Me resulta difícil escribir necrológicas. Quizá porque he escrito demasiadas en este annus horribilis de 2023. Demasiadas, desde la escrita tras la muerte de Danilo Montaldi publicada en Primo Maggio en 1975. O quizá porque Toni sigue vivo. La energía que ha liberado y que se ha acumulado ha producido una fuerza inercial que quién sabe cuándo se extinguirá. Cada vez que muere un compagno, se abre un nuevo capítulo de la «política de la memoria», una herramienta indispensable para proteger la continuidad. Lo primero que me viene a la cabeza es: ¡liberemos la figura de Toni Negri del uniforme de preso del 7 de abril! Aunque el proceso se siga evocando para borrar la máscara del «cattivo maestro» [maestro malvado] (estaba orgulloso de que le llamaran así) o para demoler el teorema del juez Calogero, [que lo convertía en el jefe supremo de la Brigate Rosse y de la autonomía operaia armata], no deja de ser una forma subalterna de hablar de él, es el terreno al que nos obliga a descender el adversario y en él siempre perderemos, siempre estaremos a la defensiva. Esto lo ha entendido Cacciari, que ha hablado, por su parte, de los escritos de Negri, evitando caer en el demasiado frecuente género «devocional».

Merece la pena, por el contrario, descubrir el lado victorioso de la acción militante de Toni Negri. Debemos recordar que el operaísmo durante un tiempo vio cumplidos sus pronósticos, saboreó, al menos durante unos años, la victoria. Toni Negri tuvo la suerte de ver encarnada su imagen de la «multitud»: una fuerza no masificada sino compuesta de innumerables individualidades, que un día convergen en un solo grito, que es de protesta pero también de programa, que convergen en una sola voluntad de vivir contra un modo de producción que ya sólo es capaz de producir muerte y destrucción. Toni ha tenido la satisfacción de verla pasar bajo su ventana, de ver pasar a la multitud, durante las grandes manifestaciones francesas de la primavera de 2023. Hay una palabra en el léxico político que no cuadra en absoluto con la figura de Toni Negri: «resistencia». Toni siempre estaba al ataque. Y por eso algunos se burlaban de él, algunos le llamaban loco. Pero no se trataba de una postura, era una necesidad. Era una condición para conocer. Coherente con el mensaje del operaísmo. Para Tronti, la clase obrera es impensable fuera del conflicto y del antagonismo, para Romano Alquati lo mismo, y también para Negri, que de los tres padres del operaísmo fue el que más lejos llegó en la superación del concepto de clase obrera, primero con el obrero social, luego con la multitud, persiguiendo siempre la idea de un sujeto colectivo. Estar al ataque significaba privilegiar la subjetivación. Significaba reconfigurar continuamente el perímetro del sujeto colectivo a medida que la lucha de clases por parte del capital introducía innovación en el modo de producción y en el proceso de valorización.

«Análisis frío» era otra expresión totalmente ajena a él. No hay frase en su estilo de escritura que no esté impregnada de un fuego de pasión, de rabia, que siempre va «más allá». Se trata realmente de lo mínimo que podemos hacer, si lo pensamos bien, si queremos medirnos con el capital y con su capacidad para abrir continuamente nuevos campos de guerra desde los que atacar la libertad humana, que ha llegado a crear un nuevo universo digital, virtual. Ante semejante desproporción de fuerzas, ¿cómo seguir imaginando que podemos ser libres sin esa furiosa voluntad de desafiar al Leviatán? Se ha escrito que Toni Negri estaba poseído por el demonio de la revolución. Cierto, para él siempre estuvo a la orden del día. Pero no era él el loco, somos nosotros, en todo caso, quienes no comprendemos que el demonio de la revolución es la forma mentis necesaria, imprescindible, la que nos permite pensar libremente, la que nos permite disfrutar aún de un espacio de libertad y autonomía. No era la locura la suya, éramos nosotros los que éramos incapaces de sacudirnos de encima lo que Spinoza llama las «pasiones tristes». ¿Queremos llamarlo utopía, porque es más politically correct? Podemos hacerlo, siempre que reconozcamos que el demonio de Toni le permitía hacerse una idea realista de la insaciable voracidad del capital.

Examinemos el caso de Amazon. ¿Qué modelo de empresa ha sido capaz de organizar una forma más sofisticada y despiadada de dominación y control sobre el trabajo? Sus márgenes de beneficio son tan elevados que puede permitirse perder en el negocio de la distribución, es decir, el sector en el que emplea a la inmensa mayoría de sus trabajadores. ¿No podría calmarse? ¿No podría relajarse? Pues no. Tiene que robar sesenta segundos al descanso de los trabajadores de uno de sus almacenes del área de Nueva York y estos tienen que organizar la correspondiente protesta para recuperar su minuto de descanso. Sesenta segundos frente a aproximadamente los 10 millones de horas trabajadas diariamente en todo el mundo a tiempo completo y a tiempo parcial.

Que se reconcilien consigo mismos sus detractores: el operaísmo tiene que ver con el presente, no con el pasado. Y para ser operaísta hace falta una buena dosis de irreductibilidad. Me viene a la cabeza la sencilla frase, incluida en un documental (Oltre il ponte: le trasformazioni di un quartiere di Milano), de Antonio Costa, uno de los líderes de la gran huelga de 1960 de los electromecánicos milaneses, que inició el ciclo de luchas que se prolongó hasta octubre de 1980: «La lucha de clases no acaba nunca, no acaba nunca». Y donde hay lucha de clases, hay operaísmo. Pero precisamente porque del operaísmo solo se habla en presente, este no debería considerarse una jaula. Negri, pero también Tronti, han ido mucho más allá del operaísmo, que es un sistema de pensamiento, no una ideología. Es un instrumento, no un fin. Así que puede ser usado o no usado, la caja de herramientas puede contener tantas como se quiera, si son necesarias.

En el operaísmo ha habido dos almas: una comunista y otra anarcosindicalista. Toni pertenecía claramente a la primera, reiteraba continuamente que era comunista, pero en este caso no pude seguirle, precisamente porque del pensamiento comunista, bolchevique, es inseparable la táctica, la que sabe utilizar incluso las armas del adversario, la táctica del tren de Lenin. Y Toni nunca me pareció un gran táctico, porque para serlo hace falta detenerse, calcular, hace falta prudencia, una (sedicente) virtud que le era visceralmente extraña.

A menos que se considere táctica su carrera universitaria.

A los 30 años accede a la cátedra, cuenta con un respaldo poderoso, pero también con respetables credenciales científicas. Entiende inmediatamente las reglas del juego y en la mesa de póquer de los poderes académicos demuestra una enorme habilidad. En un abrir y cerrar de ojos, consigue que le asignen un puesto de ayudante titular, cuatro puestos de titular y tres puestos de investigador/técnico. Y elige a los miembros de un equipo que no habrían salido mal parados ante ninguna comisión examinadora. Un nombre, por citar sólo uno, Mariarosa Dalla Costa, hoy quizá tan conocida en el mundo como el propio Toni. Y luego gente como Alisa Del Re, Luciano Ferrari Bravo, Guido Bianchini, Ferruccio Gambino, Sandro Serafini. Un grupo compacto y muy unido, que colaboró en textos como Operai e Stato: Crisi e organizzazione operaia (1971), textos que dejaron huella en una determinada generación. Fue un unicum en el panorama de la academia italiana, difícil de reproducir y, por lo tanto, históricamente determinado. Y todo fue, de principio a fin, obra suya. Yo también formé parte de ese proyecto y por eso me cuento entre aquellos cuyas vidas han quedado marcadas por el encuentro con Toni Negri, primero por el papel que desempeñé en ciertos periódicos y revistas, y después por mi entrada en la academia sin pasar por ningún concurso, llegando a encontrarme en una posición que cualquier otro catedrático habría considerado jerárquicamente subordinada, mientras que para el profesor Negri era simplemente una forma de integrar sus conocimientos, él, que nunca ha asumido la postura del pensador solitario, sino siempre la de alguien que piensa y actúa dentro de un colectivo.

Razonar en torno a la forma de Estado, revelando en la multiplicidad de las soluciones constitucionalistas el mantenimiento y la protección del poder burgués, fue su gran contribución a la doctrina. La progresión de su pensamiento, desde sus lecturas formativas de Costantino Mortati hasta sus primeros descubrimientos teóricos en los que junto a los dispositivos jurídicos colocó los dispositivos filosóficos –y así nacieron L’anomalia selvaggia (1981) e Il potere costituente (1992), para llegar a Impero (2000), y Comune, oltre il privato e il pubblico (2010)–, le hizo pasar del horizonte totalmente occidental al de los estudios poscoloniales. De 2022 datan sus cuatro conversaciones con Gerald Raunig, cuando ya su voz sonaba queda, en las que explica con gran claridad tanto su concepto de poder constituyente, como el camino recorrido que le ha permitido dejar atrás el problema de un sujeto activo sociológicamente determinado según categorías operaístas (obrero masa, trabajador precario) para concentrarse en cambio en el esfuerzo por definir la abstracción concreta del general intellect o la multitud. Y Negri cierra esas conversaciones con un largo excursus sobre las experiencias revolucionarias acaecidas en América Latina, desde la revolución bolivariana hasta el Brasil de Lula, desde el México zapatista hasta Colombia, que quiere poner fin a una guerra civil heterodirigida que se ha prolongado durante cuarenta años.

Y cabe pensar que este desplazamiento del eje de su pensamiento desde el Occidente centro del mundo a la dimensión global y multipolar se produjo en paralelo al desarrollo de los estudios filológicos sobre el pensamiento de Marx, que al mismo tiempo sacaron a la luz a un Marx que era muy consciente de que la concentración exclusiva en la revolución industrial inglesa no era en absoluto suficiente para definir la esencia del capitalismo, sino que era necesario ampliar la mirada a los países coloniales, a lo que durante mucho tiempo se llamó despectivamente Tercer Mundo en el léxico común. Así Toni Negri pudo dialogar con la generación de Génova y con los desfiles del May Day Parade del trabajo precario, con los jóvenes de la gig economy y con los inmigrantes, con los activistas del non global y del no logo, que hoy le lloran con conmovedor reconocimiento.

Negri se midió con la teoría y la práctica de la forma Estado contractualista, con los proyectos de constitución de los termidorianos y de los jacobinos, con la forma keynesiana del «compromiso socialdemócrata» en la transición del Estado liberal al Estado del bienestar, esto es, la forma que postula la mediación entre intereses (entre salario y beneficio) como condición para la continuidad del poder estatal; se midió con la forma schmittiana del Estado como administración, gobernado por burócratas profesionales dotados de conocimientos específicos, y con la forma estatal de la modernidad. Siempre persiguiendo las variantes del entrelazamiento de lo político y lo social y encontrando finalmente la relación correcta entre los dos polos en los escritos de Marx. Todo ello para proponer un sistema jurídico en la definición de los movimientos, no ya la expresión de valores y deseos más allá de la representación esgrimidos contra la delegación, sino precisamente el poder constituyente, la verfassunggebende Gewalt [violencia del poder constituyente]. De ahí su exaltación del 68 como ampliación de la percepción de la explotación, que pasa del terreno de las relaciones industriales al de las relaciones de género, las relaciones coloniales y, añadiría yo, las relaciones entre civilización y naturaleza. Un movimiento se convierte en poder constituyente, en un nuevo orden social, únicamente a través de la lucha. En 1992, cuando escribió Il potere costituente, no imaginaba que el propio capitalismo abandonaría tanto la forma contractualista del poder estatal (y un proceso similar tendría lugar en el ámbito de las relaciones industriales) como la forma administrativista, basada en la competencia de una tecno-burocracia, y en su lugar seguiría el camino en el que las élites políticas no son el resultado de la selección, sino producto de la manipulación comunicativa al hilo de la cual liderazgo y espectáculo son la misma cosa. Y nos encontramos así con la flor y nata de los primeros ministros actuales, que son cómicos, presentadores televisivos de éxito y quizá mañana también encontremos en el gobierno a una estrella del porno, masculina o femenina.

Aquellos pasajes históricos y lógicos de Toni Negri se convirtieron en anticipaciones proféticas y como tales dieron coraje a aquella juventud descorazonada, humillada, aislada en el individualismo, a la que él no gritaba otra cosa que: «¡Eres una fuerza, tienes una fuerza, úsala!». Aquí radicaba su condición de «maestro malvado». Pero ello ya era bastante para ser una alternativa a quienes, quizá con esfuerzo, se limitan a reconocer el derecho de los jóvenes a protestar, pero luego no abren la boca si esos jóvenes son aporreados, denunciados, puestos bajo arresto domiciliario o metidos en la cárcel. El poder constituyente de los movimientos evoca la democracia directa y Negri, en la última fase de su trayectoria, parece acercarse a la matriz anarquista del operaísmo, como se desprende (quizá me equivoque) del discurso sobre los bienes comunes.

Negri trabajó en la celda de aislamiento de una cárcel especial exactamente con la misma organización del día que cuando escribía su tesis o cuando vivía exiliado viajando por el mundo. Días regidos por una férrea disciplina, que asombraba incluso a quienes estaban permanentemente a su lado. En esa disciplina él encontró la libertad para producir ideas.

Cuidado, sin embargo, al destacar estos aspectos con no construir en torno a su figura clichés positivos, simétricos a los negativos que se dibujan sobre él. Cuidado con convertirlo en el Maestro con mayúsculas por oposición al maestro malvado. Cuidado con convertirlo en un icono y ponerlo en camisetas como le pasó al pobre Che Guevara. Sobre todo porque ambos estaban dotados de una physique du rôle asombrosa. Toni era, como tantos de nosotros, una persona normal en posesión de un alto nivel de educación, que se ponía del lado de los explotados, de los marginados, de quienes no tienen capacidad de expresarse, y aunque se sentía a gusto entre ellos, nunca trató de educarles ni de guiarles, sino de ayudarles a reconocer su potencial, su poder de negociación. Desde luego, no vino a enseñar a los trabajadores de la planta petroquímica de Marghera lo mortífero que era el monómero de cloruro de vinilo, sino, si acaso, a decirles que detener esa intoxicación mortífera estaba en sus manos y sólo en sus manos. Así pudo ejercer un papel reconocido en una gran comunidad obrera, un caso poco común, se diga lo que se diga, en toda la historia de los movimientos extraparlamentarios italianos.

Sin dejar de reconocer su talento y sus méritos, tampoco debemos dejar de criticar sus errores, porque en todo el asunto de la década de 1960 hay que distinguir la derrota de la debacle. Una y otra deben ser sopesadas y tratadas, de lo contrario entregaremos un testigo envenenado a los que vengan después de nosotros. Sus errores, puesto que Negri siempre pensó y actuó dentro de un colectivo, son también los errores de quienes, habiéndolos reconocido a tiempo, no hicieron todo lo posible por tratar de impedir que los cometiera y se retiraron en silencio.

Nos vimos por última vez en Venecia antes del verano y una vez más me sorprendió descubrir cuánto afecto había permanecido vivo entre nosotros, a pesar de que, a partir de cierto momento, habíamos seguido caminos muy diferentes. Por un extraño giro del destino, el primer recuerdo suyo, pocas horas después de su muerte, lo tuve en Cox18, el centro social de referencia de la cultura underground milanesa, guarnición de la campaña contra el Artículo 41 bis (el régimen de cárcel más duro vigente en Italia equivalente prácticamente al aislamiento total) y mucho más, en el marco de un acto de poesía y música en el que también estaba invitado un autor estadounidense de 80 años de edad, amigo y compañero de Patti Smith, Janis Joplin, Joni Mitchell, y otros protagonistas de aquella generación. Ahí, ahí es donde veo a Toni, sonriendo. En ese espacio, en esa comunidad fundada por Primo Moroni. No como una estatua en un pedestal.

 

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