Obligadxs a reinventarnos

Börries Nehe
Libro reseñado: 
Revista Calibán.
27/03/2014
Postcolonial

“No pueden representarse a sí mismos. Deben ser representados”, escribió Karl Marx en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, al reflexionar sobre los campesinos franceses del siglo XIX. Y la razón por la que carecen de autorepresentación es, según Marx, el hecho de que la “similitud de sus intereses no crea ninguna comunidad entre ellos, ni relación nacional, ni organización política alguna”. Para Edward Said –que usa de epígrafe esta frase para iniciar su conocido libro Orientalismo –, la afirmación de Marx resume la particular posición de exterioridad desde la cual Occidente ha enfrentado y representado históricamente a aquellos que no tienen cabida en la forma del sujeto privilegiado de la historia. Según esta lógica, los “Otros” –campesinos, colonizados, “Oriente”, sur...– no pueden hablar por sí mismos.
En los años cincuenta del siglo XX –un siglo después de la publicación del texto de Marx– las cosas parecían haber dado un vuelco radical, en su famoso  prefacio a Los condenados de la tierra, Jean-Paul Sartre comparte la visión de Frantz Fanon sobre la inversión de la relación de fuerzas que caracterizó la época colonial y la “unidad del Tercer Mundo”, que parecería “una empresa en vías de realizarse [...] por la unión de todos los colonizados bajo el mando de la clase campesina.” Europa, que hasta hacía poco tiempo era el lugar donde parecía desarrollarse la historia mundial, para luego extenderse con retrasos más o menos significativos por la “periferia”, quedó relegada a un segundo plano: “éramos los sujetos de la historia y ... ahora somos sus objetos”, dirá el europeo Sartre. Eran los años de la “euforia tercermundista”, cuando el sueño de la revolución parecía cumplirse lejos de las “metrópolis”, en Vietnam, Argelia, Cuba. En cierto sentido, la lucha de los condenados de la tierra contra sus viejos amos parecía haber reemplazado la lucha de clases del “primer mundo” como motor de la historia. El sujeto revolucionario ya no era la clase trabajadora de los países capitalistas “más avanzados”, sino un conglomerado heterogéneo de parias del capitalismo llamado “Tercer Mundo”.

Sin embargo, las expectativas no se cumplieron. Los movimientos anticoloniales habían cuestionado y destruido, en parte, los fundamentos políticos, económicos y simbólicos del orden mundial colonial, haciendo sentir sus efectos psicológicos y políticos tanto en París como en Managua, en Berkeley y en Buenos Aires. No obstante, los estados independientes a los que dieron lugar mostrarían que tampoco el Tercer Mundo era necesariamente el punto cardinal de un nuevo amanecer. Pues, al mismo tiempo que las viejas potencias coloniales mostraron su capacidad de adaptación a la nueva constelación de fuerzas para asegurar la continuidad de su posición hegemónica, las mayoría de las veces las nuevas elites de las excolonias demostraron qué tan hondamente habían asimilado las verdades y técnicas de poder provenientes de Europa. A principios de la década de los años cincuenta, Fanon ya había advertido de las contradicciones inherentes a las sociedades coloniales (especialmente de sus elites) producto del orden simbólico violento, que resumió en la frase “piel negra, máscaras blancas”. El hecho de que la vasta mayoría de los estados, ahora independientes, fueran organizados siguiendo la visión lineal y progresista de la historia, que de una manera u otra hacía de Europa el modelo a seguir obligatoriamente, parece la confirmación en la realidad de las tesis de Fanon. De esta manera, los estados revolucionarios independientes del tercer mundo no sólo se vieron, a la larga, obligados a arreglarse con el orden capitalista (por buenas razones llamado “neocolonial”), sino que además parecían condenados a repetir la trayectoria evolutiva europea. Y mientras que en Europa la reestructuración de los mecanismos de la explotación llevó a un desvanecimiento sucesivo del paradigma de la clase obrera como sujeto de la historia, los fracasos y contradicciones de los proyectos desarrollistas en las excolonias pusieron en duda la imagen del “Tercer Mundo” como espacio privilegiado para el nacimiento del “hombre nuevo”.

Los Estudios Poscoloniales nacen en el seno de este mundo complejo e inestable, en el cual los códigos binarios –que distinguen entre el Primer y el Tercer Mundo, centro y periferia, malos y buenos– sirven cada vez menos para explicar los procesos políticos y sociales; ante la urgencia de herramientas que permitan comprender y criticar los nuevos actores, las nuevas luchas y relaciones que se resisten a clasificaciones fáciles. Es, pues, a partir de la mitad de la década de 1980 que en la academia anglosajona comienza a constituirse aquel cuerpo teórico heterogéneo llamado “poscolonial”, que busca descentrar y diferenciar la mirada con la cual comprendemos las luchas sociales e históricas en la actualidad. Según el diagnóstico de las y los teóricos poscoloniales, tanto las apologías como muchas de las críticas al colonialismo comparten una visión evolutiva de la historia, que reproduce ad infinitum la separación hegeliana entre la historia y la prehistoria, civilización y barbarie. La idea, resume Dipesh Chakrabarty, sería “primero en Europa y luego en el resto del mundo”. La crítica poscolonial a este historicismo, que ve en Europa la cuna o de todo el bien o de todo el mal, enfoca la mirada en las interrelaciones complejas entre Occidente y sus “Otros”. El “desplazamiento de la historia moderna” que provocan los estudios poscoloniales es producto de la reivindicación y reconocimiento de la posición de las excolonias en la conformación del mundo moderno, como “laboratorios de la modernidad”, y del señalamiento de la imbricación mutua entre las sociedades colonizadoras y colonizadas. Sin minimizar en absoluto la importancia del hecho colonial, las teorías poscoloniales se oponen al reconocimiento implícito de un supuesto “triunfo” del colonialismo, que comparten tanto sus defensores como sus críticos: no existe aquel tiempo y espacio homogéneo del “progreso” que el proyecto moderno pretende implantar a escala planetaria; su imposición, por el contrario, se da en un movimiento de permanente “hibridación”, por lo cual existen temporalidades y espacios múltiples y una “pluralidad de modernidades determinadas por las distintas formas adoptadas en distintos contextos históricos y geográficos”

Reconocer la fundamental importancia de las (ex-)colonias para la conformación de la modernidad significa, inevitablemente, reconocer a los (ex-)colonizados como sujetos de la historia y hacedores de sus propias historias. Y eso es, probablemente, la aportación más importante del pensamiento poscolonial: el dirigir nuestra mirada hacia el campo de tensión que se despliega entre los diferentes dispositivos de control y de sometimiento, por un lado, y las luchas en su contra, por el otro, dentro del cual se dan y pueden darse las miríadas formas de subjetivación de los (ex-)colonizados. En lugar de aparecer como lo radicalmente “Otro” (sea en términos negativos o positivos), la subjetividad de los “subalternos” se constituye a través de diálogos violentos con sus “otros” y consigo misma –y lo mismo puede decirse de aquellos que durante siglos se pensaron como el “Uno”.
Sin duda alguna, el impacto de la teoría poscolonial en las universidades estadounidenses y europeas fue enorme, desembocando en un cambio de paradigmas en cómo pensarse a sí mismo y al “Otro”. Pero a pesar de ello, y de la innegable e importante influencia en el pensamiento crítico latinoamericano, prácticamente ninguno de los textos básicos de los Estudios Poscoloniales había sido traducido al castellano. Nuevamente, parecía que en el continente americano, sería desde el norte que –esta vez de manera crítica– se piensa el sur, en vez de que éste se pensara a sí mismo y hablara por sí mismo.

La editorial española “Traficantes de Sueños”ha puesto fin a esa aberración. Su libro Estudios postcoloniales. Ensayos fundamentales, Madrid, Traficantes de Sueños, 2009, no sólo cumple cabalmente con lo que el título promete, sino que nos lleva directamente al corazón del debate sobre el poscolonialismo. Este trabajo es un magnífico ejemplo de cómo el colectivo de Traficantes realiza su programa editorial para “ser un punto de encuentro y debate de las diferentes realidades de los movimientos sociales” y tratar de “ir aportando su granito de arena para enriquecer los debates, sensibilidades y prácticas que tratan de transformar este estado de cosas”

La introducción de Sandro Mezzadra, al mismo tiempo que resume el proceso de constitución de los Estudios Poscoloniales y las preocupaciones fundamentales que le subyacen, problematiza el uso despolitizante que se ha hecho del término “poscolonial”. Siguiendo el razonamiento de Ella Shohat, cuyo importante artículo “Notas sobre lo ‘postcolonial’” es traducido en este libro al castellano, Mezzadra afirma que en vez de marcar un quiebre temporal, entre un “antes” (colonial) y un “después” (no colonial), el concepto de lo “postcolonial” permite “describir críticamente la continua reaparición en nuestro presente de ‘fragmentos’ de las lógicas y de los dispositivos de explotación y dominio que caracterizaron el proyecto colonial moderno de Occidente, reconociendo al mismo tiempo que estos se componen dentro de nuevas constelaciones políticas, profundamente
inestables y en continua evolución”. Las pensadoras indias Gayatri C. Spivak y Chandra T. Mohanty estarían de acuerdo con esta caracterización de lo poscolonial. Sus ensayos “Estudios de la Subalternidad” y “Bajo los ojos de Occidente”, ambos escritos en los años ochenta, figuran entre las
primeras publicaciones que se propusieron repensar las relaciones entre Occidente y sus “Otros”, así como las relaciones entre los subalternos. Spivak escribe su apreciación crítica de los estudios de la subalternidad desde una posición deconstructivista, lo cual le permite “cuestionar la autoridad del sujeto que investiga sin paralizarlo: tranformando persistentemente la condiciones de imposibilidad en posibilidad”. De esta manera, discute críticamente las posibilidades de reconstruir la “conciencia” de los subalternos y las posibilidades de rescatar su subjetividad desde la historiografía. En su ya clásico ensayo, Mohanty se deja guiar por la influyente obra de Edward Said, Orientalismo, cuando articula su aguda crítica al proyecto feminista occidental y su particular construcción discursiva hegemónica de las “mujeres del tercer mundo”. La estrategia de Mohanty desenmascara ciertos discursos feministas occidentales como expresiones de una visión claramente colonial sobre las “otras mujeres” y al hacer dialogar los diferentes feminismos, ilumina el cambio de paradigma que nace con los estudios poscoloniales. En vez de exteriorizar las contradicciones a través de la repetición de códigos binarios estables (mujeres-hombres, en este caso), la perspectiva poscolonial permite la autocrítica, demostrando que las luchas sociales se desarrollan a lo largo de varios frentes.

Los límites y alcances del concepto de lo “poscolonial” son el tema de los ensayos de la ya mencionada autora israelí Ella Shohat y del jamaiquino Stuart Hall. Ambos textos fueron escritos en los años noventa, cuando la Guerra del Golfo había resucitado los debates sobre el colonialismo y cuando el sello de los “estudios poscoloniales” se aplicaba a publicaciones muy diversas, dando lugar a una creciente culturalización y despolitización del término “poscolonial”. En sus “Notas sobre lo ‘postcolonial’”, Shohat critica fuertemente los “usos ahistóricos y universalizadores” del concepto y propone que el prefijo “pos-” debe entenderse no como un “después”, sino como “siguiente”. “Lo ‘postcolonial’, afirma la autora, conforma asimismo un locus crítico para ir más allá de los relatos modernizadores y anticoloniales que catalogan Europa como objeto de crítica y para avanzar hacia un análisis discursivo y una historiografía que se ocupen de las multiplicidades descentradas de las relaciones de poder”. Stuart Hall, por su parte, discute varias de las observaciones de Shohat y de otras personas que critican la noción de lo “poscolonial”; contrario a éstas, Hall encuentra en las teorías poscoloniales el potencial de repensar críticamente el capitalismo y de trazar posibles vías de emancipación. Para él, la distinción entre el significado temporal y el epistémico de lo “pos-” que propaga Shohat es contraproductivo, porque ambas dimensiones están relacionados en un complejo de poder/ saber. Y hoy por hoy, “en la medida en que las relaciones que caracterizaron lo ‘colonial’ ya no ocupan el mismo lugar y posición relativa, nosotros podemos no sólo oponernos a ellas, sino también criticarlas, deconstruirlas e intentar ‘ir
más allá de ellas.”

Las aportaciones de Dipesh Chakrabarty, “La historia subalterna como pensamiento político”, y de Robert J.C. Young, “Nuevo recorrido por (las) Mitologías Blancas”, delinean, a su manera y con su enfoque particular, los precedentes históricos de los estudios poscoloniales. El científico indio
Chakrabarty pone énfasis en la inapreciable importancia de los subaltern studies, que visibilizaron a las “masas” como actor político legítimo, que hicieron posible pensar otros “sujetos históricos” distintos al que se aferraba el marxismo dogmático. Por su parte, Robert Young vuelve a reflexionar sobre los temas que en 1992 le habían motivado a escribir su influyente obra White Mythologies
. Dice Young: “Me interesaba menos la cuestión de las ideologías imperiales, cuyos límites eran asaz evidentes –explica Young–, que analizar hasta qué punto las perspectivas críticas y disidentes más radicales de Occidente compartían los mismos presupuestos”. Al realizar esta labor, Young pone en cuestión “la pretensión del marxismo europeo de producir un conocimiento totalizador a través de su fundamentación en una teoría dialéctica de la historia que se concibe externa y se pretende objetiva, pero, en la práctica, opera dentro de los límites de una perspectiva fundamentalmente europea”. Cabe señalar que el objetivo del autor no es “atacar el marxismo in toto”; por el contrario, mientras critica ferozmente un determinado tipo de marxismo, demuestra la crucial importancia que la teoría marxista tiene para el nacimiento de los estudios poscoloniales, e intenta abrirla hacia campos nuevos y hasta ahora invisibles. Que los estudios poscoloniales no constituyen un cuerpo teórico cerrado sino, como dice Sandro Mezzadra, “uno de los archivos de los que nutrirse para una comprensión crítica de nuestro presente”, lo demuestra el ensayo “Al borde del mundo” de Achille Mbembe, de Camerún. El autor asume una perspectiva poscolonial que combina con los más recientes paradigmas de las teorías del espacio, para discutir críticamente y a una velocidad vertiginosa el (re)ordenamiento territorial de África. Igualmente reciente es el ensayo “Poses y construcciones melodramáticas” de Nirmal Puwar, que retoma las observaciones hechas una década y media antes por Chandra Mohanty para investigar las representaciones de las mujeres en la academia y las repercusiones que las subjetividades de los propios académicos tienen sobre la “posición de sujeto que asignamos a Otros”.

Queda, por último, hacer un corte de caja: ver en qué mundo nos encontramos hoy y en qué sentido es “poscolonial”, de qué manera han impactado en este mundo las luchas anticoloniales, las reconfiguraciones del “sistema mundo” y también la crítica misma hecha por los estudios poscoloniales. A modo de conclusión, el artículo “La condición postcolonial” de Sandra Mezzadra y Federico Rahola afirma, una vez más, el fracaso de los diferentes modelos analíticos que predicaban la “transición al capitalismo” del tercer mundo, así como de los proyectos políticos aparentemente progresistas que giraron en torno del “desarrollo” y la “ciudadanía”. “Como resultado de estas derrotas -señalan los autores- encontramos una pluralidad de tiempos históricos y, por lo tanto,
de formas de dominio y prácticas de liberación que han sido siempre un rasgo estructural del capitalismo fuera de Occidente. Este rasgo se impone ahora a escala global, infiltrándose en el propio espacio que en otro tiempo recibía el calificativo de ‘metropolitano’.” Esa nuestra época “ps-” no sólo no ha acabado con la opresión y la explotación, sino que es, como dicen Mezzadra y Rahola, “una época en la que la posibilidad misma de distinguir los lugares privilegiados para la transformación parece haber quedado suspendida”. Una época, pues, que carece de modelos a seguir, y en la que a pesar de (¿o debido a?) estar globalmente interconectados, estamos obligados a reinventarnos a partir de nuestra diversidad y especificidad. Debemos “apropiarnos del presente” desde lugares múltiples. Los estudios poscoloniales no nos dicen si esto es bueno o malo, ni tampoco cómo se lo hace. Pero lo que indudablemente nos enseñan es la importancia de hacer más y mejores preguntas a los Otros y, sobre todo, a nosotros mismos.