“En la política no es sólo cuestión de estrategia sino de crear mundo”

La activista y pensadora mexicana Raquel Gutiérrez ha estado de gira por España presentando su libro ‘Horizontes comunitario-populares’, editado por Traficantes de Sueños.

Nos citamos en la misma sede de la editorial en su recta final. Está exhausta y a la vez encendida tras una ristra de debates con activistas que, de alguna forma, han participado en el ‘asalto institucional’. “Todos lloran, los que están dentro y los que están fuera de la institución”, observa después de una semana por estos lares. Y empatiza. Ella lo ha vivido. Cuando participó en el proceso constituyente de Bolivia, el paso de compañeros a las instituciones generó frustraciones. Le preocupa la fractura del movimiento, el de allá y el de acá.

Uno de los capítulos del libro que ha presentado habla de ‘políticas en femenino’. Y en un territorio donde ‘lo femenino’ tiene una carga conservadora heredada del franquismo, ese adjetivo puede chirriar entre los feminismos. Pero, como ella dice, no viene a vender ningún concepto ni a buscar seguidoras, sino a platicar y compartir elementos de su propia experiencia que puedan servir a otras y a otros para organizar su propia experiencia.

Cuando habla, cierra los ojos, como tratando de ordenar un torrente de conocimiento que amasa en cada conversación.

Sostienes que los cánones clásicos de entender la política han sido predominantemente masculinos y ligados a la acumulación del capital. ¿Cuál fue tu experiencia? ¿A qué estás respondiendo cuando propones hacer política en femenino?

Estoy respondiendo a una pregunta que nos hicimos en América Latina quienes de alguna manera fuimos parte de esa ola grandes movilizaciones que, entre 2000 y 2005 entre otras cosas hicieron colapsar el viejo orden político de dominación. ¿Cómo somos capaces de organizar nuestra experiencia individual y colectiva para sintonizarla en una dirección que continúe disolviendo las estructuras de dominación y no tanto las reorganice? En Bolivia me sorprendió ver cómo se represaban con rapidez esos torrentes de energía transformadora por fracciones del movimiento que pasaron a ocupar cargos de poder.

Acompañé –siempre desde “afuera” y desde el pensamiento autónomo– a los compañeros que estuvieron en el proceso constituyente y también a los que no fueron incluidos en él. Y una de las cosas que me tocó vivir y que he podido dialogar en una especie de déjà vu continuo desde que estoy en España es cómo el paso de quienes estaban en las luchas hacia las instituciones comienza a detonar una cantidad de emociones negativas bárbaras. Era increíble cómo en Bolivia se iba fracturando la posibilidad misma de comunicación. Hay un ciclo perverso: asombro, enojo, incremento del enojo, ruptura y separación. Impotencia general. ¿Y qué es lo que se mantiene en pie? Lo que más se parece a lo canónico. Y eso tiene éxito en su función disciplinadora del anterior modo en el que estábamos haciendo las cosas (ese modo desbordado de subvertir el orden dado).

Entonces me doy cuenta de que no tenemos bastantes herramientas útiles para pensar desde el movimiento. ¿Cómo orientarte en el curso mismo de la movilización?, ¿cómo encarnar un conjunto de conocimientos y sabiduría que cuestan mucho trabajo de expresar en el momento en el que van ocurriendo? No somos tan hábiles para hablar desde ese otro lugar de enunciación. Sentía, y siento, que hay un hiato, entre dos tipos de conocimiento, el racional y el emocional.

¿Puedes desarrollar un poco más cómo opera esa política canónica que observaste en Bolivia con el MAS [Movimiento al Socialismo] y ahora aquí con Podemos?

Reinstala la jerarquía, remonopoliza la decisión política, reorganiza los modos en los que circula la información, restablece maneras en las que va a tratar a aquellos que disientan, es decir, disciplina.

Eso empieza a generar un malestar, y empieza a producir una serie de enunciados binarios, excluyentes, ‘estas conmigo o contra mí; estás haciéndolo juego a otra fuerza que está contra mí entonces eres un reaccionario’. Y ahí se acabó todo.

Hace que predomine otra vez un tipo de pensamiento racional y formal que ya no se preocupa por cómo nos sentimos, por qué emociones nos convocan a estar juntos. Y que quita cualquier posibilidad de reorganización de la convivencia y la conversación basados en la autorregulación. Porque si lo que quiero es generar movimiento, es posible que discrepe completamente contigo pero no te voy a ofender, te voy a tratar de escuchar, voy a gestionar una distancia pero no voy a establecer una tutela… Son emociones distintas, intenciones distintas.

 ¿Qué otras claves para evitar la fractura has compartido estos días?

Hay una clave que es fundamental, la tolerancia a la ambigüedad, esto lo decían los compañeros de Situaciones [colectivo argentino] pensando en el momento kirchnerista temprano (2006-2007). La producción colectiva de sentido de inclusión no es algo dado, hay que coproducirlo una y otra vez, nos tenemos que volver expertos en cultivar el vínculo y gestionar la distancia. Eso quiere decir que no te puedes guiar por pares binarios dicotómicos, por códigos de pertenencia, afuera/dentro, movimiento/institución… Tienes que manejar fluidamente todo, pensar el par dual movimiento-institución como un baile, saber sentir y pensar cómo nos estamos moviendo. No es sólo una cuestión de estrategia, es una cuestión de crear mundo. Pienso esta dualidad como una articulación lógica que no se funde ni colapsa en la institución sino que la subvierte desde la ambigüedad, que permita soportar una compresión distinta de las cosas.

‘Política en femenino’ es una propuesta lógica para mantener a la vista esa dualidad de distinciones no excluyentes, ¿Por qué el término “en femenino” te permite nombrar mejor? ¿por qué no política feminista?

Trato de mantener a la vista un par dual –que luego puedes pluralizar– que por lo pronto llamo masculino y femenino. Se trata de tener al menos un par dual no excluyente. En matemáticas dirías: “piensa el caso para dos, luego sigues”. Podría llamarlo izquierda y derecha, arriba y bajo o comunitario y liberal. Lo he llamado de todas esas formas.

No quiero pensar las cosas como de mujeres ni poniendo el apellido feminista, porqué ¿cuál feminismo? ¿El autónomo, el de la igualdad o diferencia, el poscolonial, el comunitario…? Hay un montón. En América Latina estamos hablando entre otros de “feminismos populares”, autónomos, radicales, etc.

Y también hablo de “en femenino” porque en las luchas posteriores y contemporáneas que están pasando, al menos en América Latina, casi siempre la primera línea de batalla es de mujeres, son las que sostienen esas luchas. Tanto es así que hay una tendencia que va llamando a esto feminismos populares. Se conciben como un torrente específico al interior de una lucha, vuelven a poner los mismos puntos de hace años: organización específica y autónoma de mujeres porque los espacios mixtos son jerárquicos, no hay hay espacios de pares. ¿Qué novedad política vuelven a traer? En estos grupos de mujeres donde se comparte experiencia, se logra anteponer lo que se comparte, y entonces, la lucha contra la violencia tiene otro significado, puedes empezar a mirar el continuum de la violencia: al interior de la institución sindical, pero también al interior de la casa, al interior del espacio pretendidamente de pares, puedes abordar el tema del feminicidio… En esos grupos hay un transvase gigante de experiencia de manera acelerada para poder estar detectando este conjunto de violencias que nos atrapa y nos desarma. Y el hecho de que una parte gigante de la organización de todo lo que está pasando en América Latina se base en grupos de mujeres algo está diciendo.

No quiero reificar un “femenino general”, por eso digo “en femenino” como lenguaje no masculino-dominante. Busco expresar que existe un orden del capital colonial que valida un tipo dominante de masculinidad con un tipo de prácticas de invisibilización de nosotras, de agresión, de “poner cada cosa en su lugar” que son muy añejas.

¿Y cómo expreso entonces lo que quiero decir? “En femenino”, también podría ponerlo en “no masculino dominante” de forma análoga a como hacen algunos compañeros en África que en su renovación del pensamiento anticolonialista hablan de “non white” [no blanco]. Por lo pronto, a mí me sirve pensarlo “en femenino”.

Además, un conjunto grande de compañeras con las que mantengo relación, somos parte de una red de afectos que es informal, nos sentimos muy a gusto todas diciendo que estamos haciendo política en femenino y nos sirve mucho para ir entendiendo cosas. Cuando sintamos que deja de ser fértil para expresar nuestras luchas lo dejamos de nombrar así y ya.

En las movilizaciones del ocho de marzo también ha habido una coproducción de sentido que ha traspasado fronteras, ¿cuál es tu lectura política de ese día, que además pasaste aquí en Madrid?

Yo creo que la lucha del 8M ha generado unas conexiones tremendas con ese paro internacional de mujeres convocado desde Argentina y Uruguay –junto con Polonia, aunque esta parte más europea la desconozco–. Se ha replicado en otros lugares. Todo está ocurriendo a gran velocidad. Desafía órdenes muy diversos de lo establecido, porque increpa al Estado, a la policía, también al profesor acosador, al marido agresivo y al padre que se desentiende de la crianza… Es como una especie de terremoto (así lo asocio, será porque vivo en una tierra que tiembla). Es como si estructuras muy añejas que estructuran todas las demás dominaciones de pronto se vieran sacudidas por un temblor.

La reproducción de la vida material y simbólica se puso en el centro porque no hemos logrado romper el sentido común brutal de que todo se tiene que organizar en torno a la productividad y no a la vida. Y por eso la lucha contra la violencia machista es también lucha contra el capital y contra la racionalidad masculina y violenta que impone. Por eso estamos buscando palabras que suman e incluyan. Aunque son más que palabras: son equilibrios que nos acuerden, son artefactos de inclusión que nos vuelvan fuertes. No necesitamos hacer lo mismo que hemos hecho en otras ocasiones. Eso se ha visto en diversos vídeos que convocaban el paro internacional: salían, por ejemplo, las compañeras de Paraguay que tienen el problema de las grandes plantaciones de soja, donde las multinacionales están fumigando con veneno que pasa al agua, y decían “el agua es garantía de reproducción y esto nos envenena a mí y a mis hijos. Y a todos”. Y luego estaban las compañeras que trabajan en un sindicato formal que decían otra cosa. Luego esta cantidad de chicas jóvenes, que son lo más bonito que hay ahora, por la frescura de su irreverencia, que tienen un enojo enorme y que dicen ‘este no es el mundo en el que quiero vivir’. Se ha visto que es posible hacer esta sintonía global.

Necesitamos palabras y prácticas así, inclusivos, fluidos. Nosotras en Puebla nos preguntamos: “¿cómo cooperamos para impulsar la garantía de la vida humana y no humana?” Es una oración dificilísima, aunque es bonita; parece una recitación (risas) ¿Cómo la desgranas, cómo traduces su sentido profundo a modo de pasos de baile? Ahí vamos.

Hay momentos en los que te juntas, actúas, unas veces te sumerges y otras apareces. Y yo creo que ahorita la única forma de entenderlo es cómo flujo o vibración creciente, y va a haber momentos en los que se sedimente y se piense qué más cosas vamos a ir construyendo.