“Tendremos que decretar el final del ciclo que abrió el 15M”

Emmanuel Rodríguez (Madrid, 1974) es historiador, miembro del Instituto para la Democracia y el Municipalismo, activista, y columnista en medios como El Salto, Público y --tachán-tachán-- CTXT. Es autor de diversos libros, me temo que fundamentales para entender el ciclo de crisis democrática, social y de régimen iniciado con la crisis económica, como Fin de ciclo (2010 y junto a Isidro López), Hipótesis democracia (2013) y ¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el Régimen del 78 (2015). También es una muestra brillante de una generación que, personalmente, me fascina, y que, al menos para mí, salió del armario de las generaciones en 2011, por la puerta grande y con un gran hito generacional: el 15M. Se trata de una generación que tendría que copar la universidad y la prensa españolas, pero está por ahí sin, como quien dice, sitio en el mundo, salvo el que ellos han creado. Han creado, en fin, un mundo con otras referencias, otras prioridades y otras arrugas en el cerebro, identificables, por primera vez desde el 78, por millones de personas. Todo ello es perceptible en los libros y análisis políticos de Rodríguez, objetos que le convierten en, esta mañana a primera hora, uno de los mejores analistas del pack de periodismo local. Demócrata radical, bajo mi punto de vista libertario en una generación que parece pasar de autodefiniciones --como libertario--, recientemente ha aparecido su La política en el ocaso de la clase media. El ciclo 15M-Podemos (publicado, como los anteriores, en Traficantes de sueños), un análisis del 15M y su ciclo político y constitucional a partir de un punto de vista peculiar. El fin de la clase media. Un fin que explica no sólo los medios, sino el inicio, las fases y las posibles evoluciones de este ciclo que se inició, formalmente, con una insurrección, el 15M.

¿De dónde sale? ¿Cuál es su formación vital?

Quizás la forma más gráfica de explicarme es como tú mismo propones, con referencia al tópico de las generaciones, en este caso a las generaciones políticas “ocultas” (que no perdidas) que se extienden entre la crisis definitiva de la izquierda en la post-Transición, y la emergencia de la nueva clase política organizada en Podemos y similares. Su hito fundacional se encuentra en las movilizaciones estudiantiles del 86-87 contra la selectividad, las primeras okupas juveniles y la insumisión. Sus hilos rojos se han ido enhebrando desde entonces en el curso del movimiento global, el movimiento contra la guerra, los nuevos media y las luchas de Internet. Y así hasta el 15M. El rasgo característico de este espacio político viene marcado por un largo camino que arranca de la marginación institucional (impuesta) y la afirmación de un rechazo, más o menos punk, al desarrollo de una miríada de iniciativas, a veces con una enorme productividad social y cultural, manifiesta en los centros sociales, los medios alternativos, el nuevo cooperativismo y un sinfín de movimientos sociales y culturales. Sin esa producción política precedente resulta difícil explicar el 15M.

En 1868 se produce la primera revolución democrática y la primera percepción de la clase media. ¿En 2011 se produce la última revolución democrática y la primera percepción de que la clase media ha muerto?

El 68 del XIX es el origen de muchas cosas, es la maduración de un proyecto democrático federal con base en lo que entonces llamaríamos pequeña burguesía, pero también es la primera prueba de fuerza del movimiento obrero moderno. La Internacional  se extiende entonces para dar lugar a la Regional española. Y, durante la I República, la emergencia del movimiento obrero se confirma con la separación entre demócratas e internacionalistas, tal y como ocurre en las huelgas de Alcoy. Nuestro 2011 es otra cosa, seguramente todavía difícil de apurar hasta sus últimas consecuencias. De todos modos, es la primera expresión de una “conciencia de crisis” por parte de las clases medias.

Su libro une democracia española a una creación forzada de la clase media. ¿Es fatal esa relación? ¿Cómo se encuentran la democracia y la clase media esta mañana a primera hora?

Toda clase media es una creación “forzada”. La clase media no se produce en las “relaciones de mercado”, por decirlo de forma clásica, en el desigual reparto de la propiedad y el control sobre los medios de producción. En ese espacio solo hay lugar para los desheredados, los pequeños propietarios y los grandes propietarios. La clase media se fabrica a posteriori, tras la intervención del Estado; su intervención como regulador del mercado de trabajo, como seguro colectivo frente a la fragilidad de la existencia (enfermedad, vejez, etc.), como mecanismo parcial de redistribución de la riqueza, como empleador de un cuerpo social protegido frente a los vaivenes del mercado (el funcionariado), como garante de determinados títulos educativos proporcionados en su mayoría por él mismo. La clase media es consecuencia del Estado social, esto es, después de que el socialismo histórico se convirtiera en Estado.

Plantea la clase media en España como algo que se construía a la vez que, en cierta manera, se destruía, a la sombra del Estado. Da por finalizada la clase media muy tempranamente tras el 78,  antes del siglo XXI, y dibuja que, como quien dice, la clase media afecta a una sola generación, la de la Transi. ¿El futuro político pasa por gobernar para esa generación?

 

En realidad en el caso español y en general en Europa, la crisis de la clase media se debe situar un poco después. Una fecha aceptable podría ser la firma y aplicación del Tratado de Maastricht, de 1992 en adelante. Es el acta de desmantelamiento del Estado social, al tiempo que se aplican límites claros al gasto público como recurso ilimitado para la pacificación social. Desde entonces, también, se decreta que los servicios sociales van a ser un territorio privilegiado para el negocio, un nicho de acumulación para un capitalismo en crisis: liberalización de servicios, externalizaciones, privatizaciones, partenariados público-privados, amén de fondos de pensiones, seguros médicos privados, créditos al estudio, etc.

Por eso la generación forjada en la Transición es la última que propiamente vive la edad dorada de las clases medias españolas tópicamente identificadas con la primera década de gobierno socialista. La paradoja es que esta época coincide con el desmantelamiento dramático de la clase obrera como sujeto político, y también como espacio cultural propio. Así se explica que en los ochenta del siglo XX convivieran la nueva jet set de Marbella y el “enriqueceos” de Solchaga con la heroína, expresión última de la devastación y la falta de horizontes de la juventud “de barrio”. La centralidad de esta generación reside en su propia identificación con esos “años buenos” de la democracia española.

¿Qué sucederá a la clase media? ¿Vuelta a la clase obrera? ¿Una lumpenclase media, o clase media precaria?

El término “lumpen” es aquí del todo apropiado, como una combinación de “casi” y “cutre”; la actual clase media es un “sí pero no”, que puede derivar en toda clase de monstruos políticos, pero también de esperanzas. La aspiración a una vida tranquila, con futuro y garantizada, aparentemente como resultado del trabajo y el esfuerzo propio (pero en realidad solo gracias a la intervención del Estado), seguirá dando formato a la gran mayoría de la sociedad. El problema es la gestión de esta aspiración cuando ya no es viable más que para segmentos de población muy determinados. De momento podemos decir que la crisis de la clase media (del ciclo que va de la crisis de la socialdemocracia a la crisis del “social-liberalismo”) ha dado lugar a fenómenos tan dispares como Podemos y el Front National, Syriza y el Brexit, Cinque Stelle y Alternativa por Alemania.

La Europa de dos velocidades, que parece que se está dibujando, ¿son dos Europas, y una sin clase media?

Más bien resulta de un problema común a todos los países (la crisis del capitalismo europeo en el marco de la globalización financiera), pero que tiene expresiones políticas distintas, según la posición económica de cada país y de su propia experiencia como “centro” del mundo. En los países de memoria imperial reciente, la tentación nacionalista y el repliegue a la grandeur patria tiene reflejos políticos en su propia crisis social.

El nacionalismo autoritario y racista es parte de la historia de Europa. En el sur del continente se ha producido, en cambio, un giro a la izquierda. Pero incluso en Syriza o en Podemos resuenan elementos parecidos a los que se escuchan en el norte: la demanda de soberanía nacional, el retorno a los viejos tiempos de la sociedad garantizada y protegida… No creo que las experiencias de Syriza o Podemos vacunen definitivamente a estas sociedades frente a expresiones políticas de lo que cada vez más se llama “populismo de derechas”.

En su libro une el 15M y Podemos a una autopercepción de clase media. ¿Vienen a ser un quejido, una añoranza o una despedida?

Sin duda un “quejío”, pero que se puede interpretar de distintas maneras. El 15M y todo el ciclo político ha basculado entre dos polos. De un lado, la aspiración a una radicalización democrática, que es consustancial a la crítica de la representación y, por lo tanto, al Estado como monopolista de lo político. Lo que traducido en términos sociales podría ser algo así como una superación de la clase media por medio de la democracia radical y un amplio programa de distribución. De otro, un anhelo de restauración de la meritocracia, de la democracia representativa como ideal de buen gobierno y legítimo mecanismo de distribución y reparto social. En este último polo se encuentran las interpretaciones más conservadoras del ciclo, y obviamente la que ha impulsado el grueso de la apuesta institucional liderada por Podemos.

Señala que el 15M y sus partidos posteriores comparten un problema que no solucionan. Tomar el poder. ¿Por qué es tan complicado tomar el poder, incluso, cuando lo tomas?

Tú mismo planteas el problema en los términos tradicionales de la izquierda, “tomar el poder”. La cuestión no está en “tomar”, en el sentido de que las instituciones que son “asaltadas” (instituciones de Estado) tienen sus propias inercias y servidumbres, y éstas resultan verdaderamente endiabladas. La cuestión está, sin embargo, en “tener poder”, en que aquellos que están despojados de casi todo, salvo de cierta capacidad de consumo, tengan poder real sobre sus vidas y sobre las decisiones colectivas.

Desde esa perspectiva las instituciones del Estado nunca son esa puerta mágica que imagina el aspirante a formar parte de la clase política, y que sintomáticamente permite “arreglar-los-problemas-de-la-gente”. Desde una perspectiva de “construcción de poder” es tanto o más importante que la participación en las instituciones de Estado el desarrollo de medios propios de comunicación, la creación de esferas públicas autónomas, tejido económico cooperativo, organizaciones de defensa capaces de lograr conquistas materiales y en general todo aquello que, en definitiva, ofrece consistencia y medios para la creación y construcción de nuevas comunidades sociales.

¿Qué es lo que dio miedo de Podemos al Estado y a las instituciones europeas? ¿Qué es lo que se lo quitó?

Lo que creo que más miedo dio a las instituciones europeas fue la rápida desestabilización política de los países del flanco sur del continente. La reacción de la troika es temprana y previa a Podemos. Se produce en julio de 2012, con el anuncio del Banco Central Europeo de comprar deuda de estos países, lo que significaba poner un tope a las políticas austericidas. El anuncio se producía después de la aparición de Cinque Stelle, la doble victoria de Syriza y un año de movilización constante en este país, además del contagio de la protesta a EEUU y Reino Unido de la mano de los occupy. Respecto a Podemos, ciertamente el temor resultó fuerte entre la clase política española, pero quizás no tanto entre lo que podríamos llamar la verdadera inteligencia del Régimen, y que siempre resulta a la vez opaca y fascinante. En todo caso y por volver a Podemos, la paradoja de todo partido salido de la protesta es que el partido dota la protesta de una expresión electoral con vocación de poder, pero al mismo tiempo la representa y la ordena, se ofrece como cauce de integración. Se trata de algo que obviamente las élites no desconocen. Basta considerar el baile de las grandes cadenas de televisión con Podemos durante estos años.

Establece diversas etapas de Podemos. ¿En qué fase está? ¿Es su etapa definitiva?

En la etapa de confirmación de lo que ahora mismo es: un partido oligárquico y burocratizado, que depende completamente de los presupuestos del Estado, pero cuya única legitimidad está en mantenerse como el voto de la protesta. Me atrevería a decir que esta es la percepción consciente o intuitiva de la mayor parte de sus votantes. Por eso Podemos no va a alcanzar su techo electoral potencial que implicaría ser creíble y seducir (en términos de producción de votos) a todos los desafectos (movimientos, redes, influencers) con las viejas fuerzas del Régimen. Pero tampoco va a bajar mucho respecto a su suelo actual, porque sencillamente para seis, siete y a lo mejor nueve o diez millones de votantes no existe más alternativa que el voto a Podemos y sus aliados o la abstención.

 

¿Qué queda del 15M? ¿Existe aún o es un referente sentimental? ¿Cabe en Podemos y confluencias?

El 15M es el origen. Y como origen, mito original, sigue siendo la fuente de todas las narraciones todavía presentes. No hemos salido del 15M y de todas sus ambivalencias: la democracia como restauración de la meritocracia (transparencia, anticorrupción, buena representación) y la democracia como un más allá de la crisis política, de la crisis de la representación liberal. Todo lo que parece que se perdió por el camino (la democracia radical, la crítica de la representación) será recuperado, de nuevo, si se vuelve a producir activación política.

Si bien las observa, no establece muchas diferencias entre Podemos y Confluencias --Marea, En Comú…--. ¿Cree que de las confluencias puede salir algo nuevo, al menos?

Creo que la gran innovación, en términos de democracia, de la movilización por resultados electorales no ha estado en Podemos como partido plebiscitario, ni en las llamadas confluencias territoriales. Lo más interesante estuvo en el primer momento de Podemos, la explosión de los círculos, y en el primer momento del municipalismo. En las elecciones municipales, se trató de experimentar con alianzas sociales locales, que, por ser tan descentralizadas y autónomas, resultaban difícilmente encajables en lo que entendemos por la palabra partido. Las candidaturas municipalistas no están exentas de problemas, pero en su momento inicial propusieron (al menos en el caso de los experimentos más virtuosos) otra forma de afrontar la política institucional. Desgraciadamente, lo que no deja de ser un experimento artesanal y local de intersección entre política institucional y política de movimiento se tradujo en las escalas más amplias (autonómicas y nacionales) en acuerdos entre partidos, con resultados muchos más previsibles y convencionales.

Hace un balance más bien negativo del paso de lo nuevo por las instituciones. ¿Qué ha fallado? ¿Qué ha faltado?

Ha faltado reflexión sobre el Estado y experiencia política en la relación con el Estado. Han sobrado ingenuidad, “vocación política” y responsabilidad institucional. A la hora de valorar el ciclo 15M-Podemos, debe considerarse siempre que ha sido protagonizado por una generación sin tradiciones organizativas consistentes y con apenas rudimentos teóricos e intelectuales para hacer frente al reto planteado. En parte, esto explica que lo que empezó como una “revolución democrática”, con una aspiración de cambio institucional radical, apenas haya producido ninguna modificación significativa (tampoco ya en términos de proyecto) de la arquitectura de la democracia española.

La cosa Catalunya y la cosa 15M eran dos instancias de ruptura, o que podían haberlo sido. La percepción es que la institucionalización de ambas cosas ha frenado esa posibilidad. ¿Ve que pueden volver a ser agenda?

Diría que el proceso de institucionalización en una y otra cosa ha seguido cursos distintos, que las hacen difícilmente comparables. El soberanismo catalán fue rápidamente cabalgado, y luego capturado, por la tradicional clase política catalana, lo que ha acabado por derivar en ese relato sin final ni consecuencias que tú llamas Processisme. La hipótesis de exasperar las contradicciones de la clase política catalana, para empujar la ruptura política, que en parte probó y defendió la CUP, ha mostrado límites, a mi juicio, evidentes. En el caso de 15M-Podemos, creo que las cosas son más claras y por eso a la larga mucho más abiertas. Podemos no arrastró consigo toda la constelación 15M. La discontinuidad relativa entre lo que abre el 15M y Podemos ha permitido mantener la crítica abierta y con ello una variedad de alternativas, tanto dentro del campo institucional (los municipalismos son una prueba) como a la hora de enfrentar la crisis del partido. El problema en este caso reside en la capacidad que tengamos en el futuro para articular herramientas y organizaciones que actúen en el terreno de la movilización, del conflicto extrainstitucional, de la organización social propiamente dicha. En cualquier caso, Podemos dista de haber engullido la representación del malestar (o del 15M); al contrario, sigue debiéndose al mismo.

Plantea, si me permite, España como un Estado casi fallido, que nunca acaba de fallar. ¿Por qué lo fallido, por aquí abajo, nunca falla?

Esa es la condición de los Estados actuales, no sólo de España sino de todos los Estados. Si quieres una fórmula sencilla: los Estados “fallan” más cuanto más te alejas del centro. La regla principal, aunque no es la única, de la crisis del Estado es que ésta depende del volumen de recursos que, por su posición en la división internacional del trabajo, logra captar y gestionar. Por eso los Estados fallidos son los más pobres y los más dependientes. España (el Estado-España) tiene muchos rasgos idiosincráticos pero no escapa a esta regla que se aplica también a Italia, Grecia y Portugal como variantes de un mismo caso: crisis en la superficie, en el sistema de partidos, pero no tanto del núcleo duro del Estado.

Inserta la crisis económica, dura, en una crisis de largo recorrido, como la crisis política española y la crisis de la democracia. ¿Qué nos queda por vivir?

Años interesantes, quizás desgraciadamente, al menos para quienes tengan casi toda la vida por delante. La palabra que gobierna el futuro es incertidumbre. La idea de progreso no va a complacer a aquellos que todavía la defienden. La decadencia de Occidente no es como la que señalaron los reaccionarios de hace 100 o 150 años, no es el viejo mundo que se descompone, es el nuevo colapsando y para el que no hay recambio.

Es la crisis de un capitalismo global, gripado en sus formas de funcionamiento tradicionales, empujado a una espiral de financiarización bastante enloquecida, incapaz de encontrar instituciones de regulación como en tiempos fuera el Estado-nación. Es un capitalismo triunfante, sin contraparte, pero también en el que no se dibuja ninguna salida clara a sus propias contradicciones. Valga como ejemplo que todo lo que empujó a la crisis global de 2007 (el apalancamiento bancario, el exceso de capacidad productiva a nivel global, la tendencia a suplir por vías financieras la caída de los beneficios empresariales, y en otro orden la crisis del Estado y de las clases medias) persiste 10 años después, sin ninguna modificación sustantiva.

¿Cómo debería de ser, en que consistiría, cómo sería, una formación política de izquierdas que pudiera ser determinante en esta crisis política? ¿Existe?

Existe un polo institucional (Podemos, confluencias, candidaturas municipales) sensible a todo tipo de presión “progresista”, por usar un lenguaje que apenas funciona. Insisto en que una de las ventajas de la “nueva política” es su fragmentación y su debilidad. A pesar del obvio proceso de institucionalización, estos aparatos tendrán que torcer el brazo ante cualquier movimiento de protesta. Sencillamente ahí reside su única legitimidad.

¿Cómo prevé el ciclo post-Podemos?

Seguramente tendremos que decretar el final del ciclo que abrió el 15M y, por tanto, asumir que estamos atravesando ya un paisaje árido, casi desértico. Por eso es preciso, de una parte, analizar sin complacencias lo sucedido en estos cinco o seis años intensos. Por otra, reconocer que en el “desierto crece lo que salva”, y que no es otra cosa que el malestar difuso que busca expresión, la conflictividad que aquí y allá aparece para luego desaparecer, aparentemente sin dejar rastro. Paradójicamente para esta tarea contamos con más recursos que nunca antes, incluidas las posiciones institucionales. Es hora de cerrar una etapa, con todas sus retóricas y promesas siempre insatisfechas, y de dar comienzo a otra.