Almagro 36, segunda planta, o cómo entender las torturas del Franquismo

Luis de la Cruz
Somos Chamberí
31/05/2018
HISTORIA
MEMORIA HIST

Pasadas las 9 de la mañana, en la calle de Almagro, el trino de los gorriones consigue imponerse al ruido de la calle, pese al tráfico de la zona. El número 36 se yergue orgulloso de sus formas curvas, aristocráticas. Como los otros inmuebles, en los dos frentes monumentales de la calle. Muy cerca, uno de los hoteles más exclusivos de Madrid y la sede de una editorial de apellido heráldico. El portal inmenso, de bella rejería, invita a mirar adentro: desde la acera se alcanza a ver un directorio de empresas y los colores alegres de una vidriera. Nada que recuerde las confesiones arrancadas a golpes en su segunda planta durante la posguerra, cuando allí había una comisaría.

Veinte minutos de paseo después, en la calle Bravo Murillo –barrio de Cuatro Caminos–, el bullicio del tránsito rodado y el caminar apelotonado de la gente hacen imposible la victoria del trino de las especias de aves conocidas en esta ciudad. El antiguo Cinema Europa, hoy tienda de sanitarios, mantiene cierta dignidad de arquitectura racionalista, pese a la criminal carpintería de aluminio. Una diminuta placa deja constancia de los tiempos en los que el edificio fue un importante cine. Nada alimenta el recuerdo de los mítines multitudinarios durante la República, su papel como cuartel de Milicias Confederales desde los primeros días de la guerra o la sombra negra de su fama, que corre de boca en boca, por haber albergado una conocida checa.

Una de las cosas que hace Alejandro Pérez-Olivares en Victoria y control en el Madrid ocupado. Los del Europa (1939-1946) es recuperar la memoria de estos lugares además de, por supuesto, la de 18 procesados por la justicia militar franquista: Justo Fariña y otros.

El libro, editado días atrás por Traficantes de Sueños, huye del formalismo académico y corre al encuentro de la actualidad. Comienza con menciones a la Ley Mordaza, a la videovigilancia, al documental Ciutat Morta o al ataque a las Torres Gemelas. Concluye con reflexiones acerca del control social en la ciudad. En medio, estudia un sumario franquista sin esconder las inquietudes del historiador metido en harina. El resultado es un trabajo con la solidez de quien ha hecho una tesis doctoral sobre la materia, pero sabe narrar para todos.

El sábado 2 de junio se presenta en el vecino barrio de Cuatro Caminos, y hemos querido hablar con su autor.

SOMOS CHAMBERÍ: Uno de los escenarios principales del libro es la comisaría de la calle Almagro, que hoy pasa totalmente desapercibido al viandante como espacio de represión ¿Cómo era aquel Chamberí de la posguerra que cuentas en Los del Europa? ¿Sería útil para los vecinos un mapa de represión y resistencias del Chamberí de posguerra?

A. PÉRES OLIVARES: El libro comienza con una persona tramitando una denuncia en la comisaría que el espionaje militar franquista había establecido en el número 36 de la calle Almagro, y no es casual. Chamberí fue un distrito que no sufrió directamente la guerra al no ser, como otros, frente de batalla, pero sí sufrió algunas consecuencias de los veintiocho meses de asedio. Por ejemplo, en la reconversión de los usos del suelo, en la habilitación de depósitos de víveres, de municiones o gasolina o en la instalación de algunas fábricas de material que se dispersaron por los barrios. Por eso, una de las realidades primordiales a partir del 1 de abril de 1939 fue la denuncia de diversos comportamientos contra la propiedad privada, como ocupaciones de casas o robos, incluidos dentro del bando que declaró el estado de guerra tras la ocupación. También se denunciaron, por supuesto, episodios de violencia interpersonal. Atendiendo únicamente a inquilinos y porteros, hubo casi 600 denuncias en el primer mes de posguerra, y el espionaje militar detuvo a más de 500 personas en abril de 1939. Un mapa de la represión en Chamberí no debería incluir únicamente a las víctimas, también a todas las personas que colaboraron en la imposición de la dictadura.

SC: Y ¿cómo fue para los madrileños de 1939 el Año de la Victoria?

APO: Sin ninguna duda, fue un año de contrastes, pero necesario para que los madrileños se acostumbrasen a que la excepción se convirtiera en la norma. La ciudad estaba completamente escindida entre quienes vivieron la ocupación militar del final de la guerra como una liberación y quienes tuvieron que aprender a ocultar su compromiso anterior. La literatura se ha ocupado de este momento en Madrid mucho más que la historiografía, pero no ha exagerado mucho: los susurros en los portales, la celebración de la Victoria a la salida de misa, los desfiles militares y falangistas… el Ejército de Ocupación aseguró el control de las calles al mismo tiempo que la justicia militar comenzó a investigar los comportamientos de la población, un proceso que no debemos entender únicamente “desde arriba”, puesto que estuvo muy participado por los madrileños. Vecinos, compañeros de trabajo o conocidos participaron tanto en la denuncia como en el aval. Es importante recordar la solidaridad que se demostró, con diversas motivaciones, en la posguerra, pero también la importancia de los fiscales en la dirección de los procesos judiciales y de las agencias de control (Falange, la Policía o la Guardia Civil) en la obtención de información desde los propios portales de las casas.

SC: Uno de los aspectos que más me han impresionado es cómo deduces las situaciones de tortura leyendo entre líneas la documentación técnica del sumario ¿Cómo te enfrentaste a ello?

APO: Es duro enfrentarse a documentación de este tipo, porque se puede intuir qué ocurrió realmente más allá de las expresiones que aparecen escritas: detrás de “comparecencia” o “declaración” hay un rosario de golpes, amenazas y múltiples formas de tortura que explican el resultado que obtuvieron los funcionarios franquistas. Mi objetivo era recrear la segunda planta de Almagro 36 como un espacio de tortura y entender los motivos que había detrás de esas torturas, comprender las lógicas violentas de la dictadura tras la ocupación. Y para ello me parecía importante dar voz no sólo a las víctimas, sino también a los verdugos. Como decía Jorge Semprún, a veces son necesarios algunos artificios narrativos para comprender ciertas cosas, incluso algunas muy difíciles como la extrema violencia desplegada en 1939 por la dictadura.

SC: Ramón Serrano Suñer, ministro de Gobernación, dijo al terminar la guerra que había que “hacer un Madrid nuevo” ¿En qué medida se consiguió? ¿De qué forma?

APO: El proyecto falangista para Madrid, que en gran medida era el de Serrano Suñer, apenas se cumplió. Incluía derribar algunas partes de la ciudad (como el edificio de la Puerta del Sol donde estaba su Ministerio, hoy sede de la Comunidad de Madrid) para hacerlas más monumentales: la Casa del Partido en el barrio de Argüelles, junto a las ruinas del Cuartel de la Montaña o una “Gran Vía aérea” que comunicara la ciudad con el Cerro de Garabitas, para recordar los bombardeos del Madrid del No Pasarán desde la Casa de Campo, fueron algunas de las propuestas que no se llevaron a la práctica.

Otras sí, como el Ministerio del Aire en el lugar donde estuvo emplazada la Cárcel Modelo, un lugar de memoria de excepción para la dictadura, por los presos que se encontraban allí y fueron fusilados durante la guerra. Otros monumentos fueron construidos pero nunca inaugurados, como el Edificio de los Mártires (actual Junta de Distrito de Moncloa-Aravaca) o el llamado Arco de la Victoria, a la entrada del campus de la Universidad Central, ahora Complutense. El proyecto falangista, que también se preocupó por la necesidad de construir un parque amplio de viviendas sociales (lo que al final no se llevó a cabo en la década de los 40), fue engullido tanto por la miseria de posguerra como por la ciudad tecnocrática que afloró en la década posterior.

SC: El libro tiene dos niveles de lectura. Es el trabajo de un historiador, pero también es una reflexión sobre el control social en la ciudad. Uno de los aspectos que llama la atención es la asfixiante red de información armada sobre lo cotidiano utilizada por el Franquismo (porteros, vecinos o jefes de casa) ¿Habría algún equivalente hoy de aquellos informes de conducta?

APO: La ocupación militar de Madrid fue, en muchos sentidos, el intento de imponerse sobre muchas realidades urbanas, la principal el anonimato. Para ello tuvo que desarrollar esa red de información que mencionas, y que incluyó los comportamientos en el espacio privado, dentro de las propias casas. Es curioso, porque entre aquella ciudad de 1939 y las ciudades actuales hay mucha distancia, muchas diferencias, pero en mi opinión el anonimato sigue siendo un elemento fundamental de la vida urbana. Es muy difícil trabajar cerca de casa o que los espacios de sociabilidad se reduzcan únicamente al barrio o a los espacios más cercanos, y en la ciudad consumimos de forma más anónima cada vez. Quizá los informes de conducta de nuestra sociedad actual sean nuestros patrones de consumo, la publicidad que recibimos en el ordenador y que tiene en cuenta nuestros gustos de forma cada vez más personalizada. Ésta es una de las formas en que se disuelve la división entre el espacio público y el espacio privado, justo lo que se buscaba tras la ocupación de Madrid.

SC: Más en general ¿De qué formas se produce hoy el control social en nuestras sociedades?

APO: Las preocupaciones que han guiado mis preguntas hacia las fuentes no sólo parten de debates académicos, también, y diría que principalmente, parten de mis preocupaciones como ciudadano. Una de ellas es la extensión del miedo y la inseguridad en nuestra sociedad, y cómo las demandas de otras relaciones sociales, políticas o económicas han sido contestadas sistemáticamente desde el orden público. Es importante pensar en el control social como una forma de violencia, como una forma de delimitar los comportamientos permitidos y aquellos que constituyen la norma. En el libro aparecen esas preocupaciones, pero sin ánimo de hacer presentismo, porque entre otros aspectos el “salto tecnológico” entre ambas épocas es abismal. Series de televisión como The Wire han reflejado esto muy bien.

Hay muchas formas de control hoy: desde las cámaras de videovigilancia, cada vez más abundantes en nuestras calles, a la limitación de la protesta y las voces disidentes con el estado actual de cosas, cada vez más preocupante. Pero también hay formas más sutiles, como la definición de los gustos personales o los estilos de vida normativos, donde entran en juego la industria cultural o la publicidad. Y hay algunas formas de control social que nos conectan con la época del libro, como las multas económicas o las sanciones administrativas, lo que el historiador Pedro Oliver ha definido como la “burorrepresión”, que fueron un instrumento de desposesión colectiva de primer orden.

SC: El tema de la memoria. El cambio de nombre de algunas calles franquistas en Madrid ha llevado tres años y ha tenido que pasar por procesos judiciales y polémicas. En estos momentos, asistimos a un nuevo desencuentro entre el Ayuntamiento y su propio Comisionado de la Memoria por la inclusión, o no, de nombres de fusilados en el Memorial de la Almudena… ¿podrías hacer una valoración de la importancia de las políticas de memoria y su situación actual en Madrid?

APO: Es importante generar un relato colectivo sobre la Guerra Civil y el franquismo lo más amplio posible, donde los poderes públicos tienen la responsabilidad de dar visibilidad a todas aquellas voces silenciadas y romper, de forma definitiva, con los relatos elaborados por la dictadura franquista, como el de “todos fuimos culpables”, que no atiende a lo que ocurrió a partir de 1939. En mi opinión, no es útil, y tampoco positivo, fijar un relato único sobre el pasado traumático, que es en lo que convergen la mayoría de las políticas de memoria desde los poderes públicos.

Una política de memoria democrática debería, por supuesto, identificar a las víctimas y explicar cómo llegaron a ser víctimas, insistir en todas las actitudes contrarias a los valores democráticos de nuestra sociedad actual y que eso forme parte de nuestro espacio público de forma decidida. En ese sentido, creo que en Madrid se está avanzando mucho si ponemos la actuación del Ayuntamiento en perspectiva con las legislaturas anteriores, por ejemplo, en el cambio del callejero, pero qué duda cabe de que todavía queda mucho camino por recorrer. El mayor reto está en no conformarse con el estado actual de cosas, que es positivo, pero todavía no del todo satisfactorio. Abraham Gragera tiene unos versos que pueden ilustrar esta sensación: “Nos ha costado tanto llegar hasta el presente/ que es demasiado tarde para ser mañana”. Y ese “mañana” deberá incluir la apuesta por un debate ciudadano lo más abierto y participativo posible, aunque lleguemos algo tarde, y donde los historiadores tenemos la responsabilidad de intervenir sin fijar un relato meramente académico.

SC: Para terminar, intenta convencer a nuestros lectores de que el conocimiento histórico puede cambiar su percepción sobre esa ciudad por la que caminan cada día.

APO: Me gusta pensar que este libro es en realidad un diálogo entre el presente y el pasado, que es como yo entiendo la historia. En este sentido, la posibilidad de estudiar un caso como el del Cine Europa me ha hecho entrar en contacto con un espacio repleto de memorias contradictorias. El antiguo Europa no es un “lugar de memoria”, en singular, sino un espacio donde confluyen muchos recuerdos, desde la movilización política en los años de la II República a los actos que Falange hizo en la posguerra, o incluso su uso actual. Me ocurre igual con otros lugares que aparecen en esta historia, antiguas comisarías y cárceles que hoy son hostales o colegios, o los domicilios de las personas del libro.

Para mí, como historiador, se establece una relación especial con el pasado y la forma en que sigue presente en nuestras calles, y considero que esa relación no sólo debe estar restringida a los historiadores como “especialistas”. En el acto de recordar siempre hay algo subversivo, inconformista con el presente. Ser conscientes de las memorias que encierran nuestros lugares cotidianos puede hacerlos más “nuestros”, sentir que no estamos solos, y permite construir una ciudad menos deshumanizada en ese sentido.