No quieren que el feminismo sea para todo el mundo

Hay pocas formas más explícitas de reconocer el poder transformador de la literatura que entrar en las aulas a confiscar material y arrancar los libros de las manos de los estudiantes.

Pero esto es precisamente lo que ha pasado en Arizona, donde acaba de empezar el juicio que ha de determinar si la prohibición del Mexican American Studies (MAS), del Distrito escolar unificado de Tucson, fue o no improcedente.

Se trataba de un programa de estudios que, desde 1998, había centrado parte de su currículum en atender a la numerosa comunidad latina —principalmente procedente de México— que residía en la zona, ocupándose de impartir cursos en historia, cultura y literatura mejicanas. No solo se trataba de una medida pensada para la integración, sino que además favorecía el mejor desarrollo de los estudiantes que participaban en el curso: se desempeñaban mejor en los tests estándar y se graduaban con notas más altas.

A pesar de sus magníficos resultados, en 2010, el Estado de Arizona cargó contra el programa, alegando que estaba diseñado exclusivamente para un grupo étnico y que advocaba por la solidaridad intergrupal. La consecuencia de esta prohibición fue exactamente esta: que los agentes judiciales y la policía entraron en las aulas a confiscar, delante de profesores y estudiantes, los materiales correspondientes al programa.

Básicamente, consistió en la prohibición y requisación de más de 80 libros, de entre los cuales destacaban 'La desobediencia civil', de H.D. Thoreau; 'La próxima vez el fuego', de James Baldwin, 'Los boys', de Junot Díaz o 'Zorro', de Isabel Allende.

Entre los libros prohibidos estaba también una obra especial, significativa no solo porque acaba de ser publicada con gran éxito en nuestro país, sino porque se trata de un libro que aborda precisamente el problema de la representación de los subalternos en la cultura oficial; un libro que en su misma materialidad -la forma de tomar la palabra por parte de su autora, el tipo de edición y distribución del libro e incluso su destino y función- ya anuncia su disposición combativa.

Su título es un alegato, una provocación y un reclama: 'El feminismo es para todo el mundo'.

La autora del manifiesto —pues se trata de un pequeño libro programático, conformado por 19 capítulos temáticos de pocas páginas cada uno— se hace llamar bell hooks. Así, en minúscula. Porque hooks, cuyo libro nos habla de quien ha de ser el sujeto del feminismo, escribe desde la consciencia de su posición como mujer, negra y pobre, así como de las interdependencias que la conforman: 'bell hooks' es un seudónimo elaborado a partir de la combinación de los nombres y apellidos de su madre y su abuela.

Y si escribe su nombre en minúscula es, como explica Ochy Curiel en el prólogo de la edición que Traficantes de sueños ha llevado a nuestras librerías, para cuestionar el canon gramatical hegemónico (y quizá no sea casualidad que los Autores sean, en su mayoría, señores-blancos-de-clase-alta).

Lo importante son las ideas, no quien las ha proferido. Por ello, además de comprarse, el libro puede descargarse libremente en la página de la editorial.

El feminismo como experiencia universal

El mensaje que transmite el libro de hooks puede ser fácilmente malinterpretado, dado que lo primero que nos viene a la cabeza al escuchar su proclama es que se trata de una invectiva dirigida exclusivamente al sexo masculino, a todos aquellos que asocian feminismo con mujeres, relegando esa lucha a los miembros que, piensan, van beneficiarse de ella.

Pero el punto de hooks es otro. Para ella, "el feminismo es un movimiento para acabar con el sexismo, la explotación sexista y la opresión."

Al apuntar al sexismo, lo que se pretende es señalar lo universal de la estructura opresiva patriarcal y no a las articulaciones sectorializadas de las luchas feministas. hooks piensa desde la interseccionalidad de género, raza y sexo para ser capaz de capturar la experiencia de las diferentes formas de subalternidad.

El feminismo no siempre se ha pensado desde la marginalidad. Por eso, que el feminismo sea para todo el mundo es una reivindicación que va más allá de la necesaria extensión del sujeto feminista a los hombres. hooks coincide con la idea de Pierre Bordieu: la dominación masculina puede ser sostenida también por las mujeres.

Este libro pretende un feminismo que se apropie de la experiencia de las mujeres empobrecidas, de las mujeres negras, de las mujeres emigradas. Hasta ahora, las integrantes predominantes del movimiento han sido mujeres blancas de clase burguesa y, como recuerda Ochy Curiel, sus victorias no han sido pocas, especialmente en relación a la sexualidad: "permitió reconocer los cuerpos de las mujeres, defender el derecho a elegir, a ejercer más libremente su sexualidad, a acceder a métodos anticonceptivos seguros o al aborto".

Sin embargo, el feminismo no ha hecho suya la causa antirracista, ni se ha constituido como un instrumento para la lucha de clases. La importante batalla por los derechos civiles de las mujeres ha dejado todavía muchas zonas oscuras.

Por ejemplo, cuando Betty Friedan i el feminismo de los setenta reclamaban el reconocimiento de la sumisión de las "amas de casa", olvidaban que la gran mayoría de mujeres trabajaban, además, fuera del hogar, en condiciones lamentables: "el concepto de 'libertad' que Friedan demandaba para ciertas mujeres con privilegios [...] no era aplicable para mujeres sin privilegios de clase y raza".

El libro de hooks sale al paso de muchas problemáticas. Su publicación en Estados Unidos, hace ya casi 20 años, convulsionó y tensionó el feminismo, dado que sus tesis están planteadas con mucha fuerza -apuntando directamente a un feminismo acomodado y excluyente-, abriendo al mismo tiempo el campo a nuevas líneas de investigación y activismo.

Por todo ello, es triplemente significativo que el libro de hooks fuera arrancado de las manos de los estudiantes latinos de Tucson, porque les apelaba por su triple condición de oprimidos por clase, raza y sexo.

Y es que bell hooks nos recuerda, como decía la poeta Maria-Mercè Marçal, que las mujeres han de ser tres vez rebeldes.