"Tenemos que tomar las riendas de nuestra propia vida porque el estado no garantiza nada"

Andrea D’Atri y Gastón Remy
Libro reseñado: 
Izquierda Diario
05/04/2020

Corsino Vela es autor de Capitalismo Terminal, un libro muy interesante y sugerente, en múltiples sentidos. No solo porque explica concretamente cómo se expresa la contradicción estructural del capital alrededor del ejemplo de la última crisis de 2008, sino también porque permite reflexionar de qué nuevas maneras, cada crisis reformula los puntos de vulnerabilidad del capitalismo donde apostamos a la emergencia de "su sepulturero". Un libro que también nos invita a la crítica política radical a quienes combatimos por un marxismo estratégico, contra tanta adaptación de las "izquierdas populistas" a gestionar las crisis capitalistas sin otro horizonte que administrar la "democracia de los consumidores".

Aunque no compartamos la totalidad de lo expresado en su libro -lo cual ameritaría un largo debate que no es la intención de esta entrevista-, acercamos este diálogo con Corsino Vela a nuestras lectoras y lectores con el propósito de incentivarlos a leer su libro que, como nos decía el autor, "no pretende impartir doctrina sino ser un acicate para ir más allá de lo escrito". Capitalismo Terminal habla de la última gran crisis del capitalismo, pero arroja algunas pistas para comprender la actual, acicateada por la pandemia del coronavirus, algo de lo que conversamos a distancia, con Corsino, en tiempos de cuarentena.

Aunque habíamos querido entrevistarte antes de la crisis sanitaria provocada por la pandemia, ahora es medio inevitable hacer referencia a ella. Cisne negro, teorías conspirativas o lecturas que señalan que la reacción es exagerada, lo cierto es que esto se inscribe en una economía que tenía pronósticos de una posible recesión preanunciada desde el año pasado y amenaza con que la misma se convierta en una gran depresión. ¿Cuál es tu visión de la crisis, aunque aún la estemos transitando y los pronósticos sean inciertos?

Desde luego es muy pronto para aventurar cual será la salida de este episodio y sobre todo, cómo será esa salida, aunque sus consecuencias inmediatas ya las estamos viviendo. Independientemente de las hipótesis acerca del origen concreto del coronavirus-19, lo que parece fuera de duda es que, como en el caso de las pandemias precedentes (peste aviar y SARS), responde a causas estructurales del modo de producción y distribución capitalista. Las macrogranjas de cría de ganado y la invasiva agricultura industrial, la deforestación, etc., unidas al proceso de urbanización y concentración de la fuerza de trabajo, además de la industria de la movilidad (turismo), que favorecen la propagación del coronavirus, son el telón de fondo de la actual situación. Para los gestores de los estados y las corporaciones empresariales las pretendidas soluciones son "más de lo mismo", es decir, volver a la senda del crecimiento económico, con lo que ello implica de continuar con la huida hacia adelante en cuanto a la sobreexplotación del planeta y de la fuerza de trabajo, el empobrecimiento generalizado en la escala planetaria y el aumento de la nocividad característica de la sociedad industrial. Desde diversas instancias de la investigación virológica ya auguran que las pandemias son el futuro. Puede decirse, pues, que

la pandemia es la expresión de la nocividad que se corresponde con la fase de dominación real y en la escala planetaria del capital

Por otra parte, el coronavirus es el desencadenante y el acelerador de un estado de crisis larvada que se ha extendido a lo largo de la década pasada. Las medidas monetaristas para enfrentar la crisis de 2008 no han sido sino paliativos para ocultar las causas estructurales de la crisis y alimentar la amenaza de un nuevo e inminente estallido financiero. Hay que tener en cuenta que tales medidas no consiguieron restablecer la cuota de acumulación de capital para un relanzamiento económico global y que, en los mejores casos, las cuotas de crecimiento de los países eran reducidas e incluso en el caso de China, la fábrica mundial, tendían a la baja.

La amenaza de una nueva recesión se ha hecho realidad con el coronavirus como desencadenante. Precisamente, las erráticas decisiones de los gobiernos nacionales, intentando minimizar las pérdidas, tienen que ver con la parálisis de la actividad económica como recurso desesperado para intentar atajar la propagación del virus. Las presiones empresariales para evitar las medidas más drásticas de confinamiento y el cierre de todas las actividades no "esenciales" es bien significativa y acabó provocando que fueran los propios trabajadores los que mediante el absentismo y las huelgas paralizaran las empresas como medida preventiva de su propia salud. Por supuesto,

todo ello acrecienta la posibilidad de una gran depresión que está cada vez más presente a medida que se prolonga el confinamiento de la población y la interrupción de la actividad económica.

Lo que parece claro es que no estamos simplemente ante un grave e imprevisible problema sanitario; lo que se evidencia es la quiebra del modelo de sociedad industrial, o sea, del modelo de reproducción social capitalista. Porque, el hecho es que la situación está fuera de control, incluso para los propios gestores de la crisis. Por supuesto, la clase dominante político-financiera en la escala mundial y regional tiene los recursos de control sobre nosotros, sobre la población proletarizada, por medio del aparato policial-militar. Pero eso nada soluciona, pues no se trata de un problema de orden público que es solamente una de las manifestaciones de la quiebra estructural del sistema de organización social que domina el mundo.

Si bien las acciones de los Estados gastando millones, incluso por encima de lo realizado en la crisis de 2008 con tal de salvar a los grandes capitalistas y banqueros, para muchos son limitadas ante los peores escenarios de la economía, ¿No consideras que pueden generar algún contrapeso al hundimiento generalizado?

La respuesta de los estados (desde Brasil y EE.UU. hasta la Unión Europea) a las consecuencias inmediatas de la sacudida económica provocada por la pandemia del coronavirus consiste en improvisar medidas de contención social ante el acelerado aumento del desempleo y el consiguiente descenso de la demanda. La Unión Europea, por ejemplo, a pesar de las discrepancias internas, anunciaba la movilización de líneas de crédito especiales para las empresas y los gobiernos nacionales por valor de decenas de miles, junto a partidas presupuestarias destinadas al alud de desempleados que se está produciendo.

En cierto modo, ese conjunto de medidas financieras es una continuación de la política seguida en los países capitalistas desarrollados en las últimas décadas y que se materializan en lo que llamo paz social subvencionada, con la particularidad que ahora las políticas de contención social se dan en una repentina situación de emergencia y con una crisis de calado y extensión mucho mayor que la de 2008.

Por otro lado, las consecuencias de ese tipo de medidas, que son de la misma naturaleza que las utilizadas para enfrentar la crisis de 2008, son previsibles y fuente de nuevos desequilibrios debidos al aumento del déficit público y del endeudamiento de las empresas y de las familias pues, no olvidemos que ese baile de cifras multimillonarias tiene como finalidad el rescate de la economía capitalista y, por tanto, se trata de créditos cuyos circunstanciales beneficiarios (trabajadores y desempleados) tendrán que devolver de uno u otro modo.

Estructuralmente, las previsiones de descalabro social son tales que ya va tomando cuerpo en los países capitalistas desarrollados la idea de una renta universal, hasta ahora patrimonio de ciertos sectores minoritarios de la izquierda del capital. Incluso el descerebrado presidente de los EE.UU. ha insinuado la posibilidad de establecer una renta universal de mil dólares, etc. Dejando de lado lo que pueda haber en todo ello de propaganda y entretenimiento mediático, lo cierto es que la llamada renta universal tiene distintos matices en cuanto a su asignación y alcance (condicionantes y restricciones) según el color político de quien la propone.

Pero, no nos engañemos, no estamos ante una redistribución universal de la riqueza que remita a alguna idea de socialismo sino, en el mejor de los casos, de la distribución de un excedente financiero obtenido de los contribuyentes gestionado de acuerdo con la contabilidad capitalista. Por eso,

la renta universal es una medida problemática que no aclara cómo hacer pagar los impuestos necesarios para su financiación a las grandes fortunas y a las firmas transnacionales. Así que descansará, en última instancia, en los impuestos sobre el trabajo y en el aumento del déficit público

lo que llevará al endeudamiento de los países subordinados dentro de la cadena de la acumulación de capital transnacional.

En fin, la lluvia de millones de dólares/euros destinados por los gobiernos a la gestión de la crisis económica desatada con la pandemia del coronavirus podrá atenuar la desestabilización en un primer momento pero a costa de posponer sus efectos para el muy corto plazo, cuando se nos presente una situación social y económica bastante peor que la anterior al desencadenamiento de la pandemia. Pensar que la inducción de la demanda por los gobiernos con inversiones públicas y el dinero accesible mediante la renta universal o los créditos a bajo interés vaya a relanzar la economía y restablecer la cuota de acumulación de capital en niveles adecuados para inaugurar un nuevo ciclo expansivo, es una mera ensoñación de quienes una noche se fueron a dormir siendo neoliberales y se despertaron al día siguiente convertidos en neokeynesianos.

En tu libro explicas cómo los mecanismos para reconducir al alza la acumulación de capital y la tasa de ganancia se agotaron ya a inicios del siglo XXI. ¿Qué relación consideras que tendrá esto con las perspectivas de la lucha de clases y políticas, crisis del coronavirus mediante? ¿Cuáles son las perspectivas que ves posibles ante el agotamiento de la forma política de "democracia de los consumidores"?

Entre los muchos aspectos que sugiere la coyuntura desencadenada por la pandemia es que la Historia parece más abierta e incierta que nunca, como sucede cuando un modo de civilización comienza a desmoronarse. Sin embargo, hay rasgos y circunstancias que son indicativos de algunas tendencias a corto plazo. No cabe duda que una vez superado el paréntesis de la pandemia, estaremos abocados a una reestructuración del sistema capitalista a nivel mundial que, de hecho, ya ha comenzado aunque, como apuntaba anteriormente, sobre las premisas ya conocidas de la respuesta a la crisis de 2008. Los movimientos especulativos del capital financiero continúan después de un corto parón bursátil, y las concentraciones empresariales toman impulso.

Por otro lado,

los gobiernos, a través de sus propagandistas mediáticos, ya anuncian que la recuperación económica será difícil y exigirá sacrificios lo que, dicho de otro modo, significa que provocará un considerable deterioro de las condiciones materiales de vida de amplios segmentos de la clase trabajadora.

Las medidas de paz social subvencionada antes mencionadas van especialmente orientadas a atajar la previsible reacción reivindicativa de los trabajadores y desempleados, así como a la gestión dentro de unos límites tolerables del conjunto de la población empobrecida (jubilados, enfermos, sin techo, etc.).

La reactivación de la lucha de clase dependerá, además, del nivel de penetración entre la clase trabajadora del nuevo pacto social que los gobiernos representantes de los intereses del capital industrial y financiero de cada país comienzan a predicar para hacer frente a la recesión económica resultante de la pandemia.

Concretamente, en España ya se ha comenzado a invocar una reedición de los Pactos de la Moncloa; o sea, la formación de un consenso o frente nacional que comprenda a todos los partidos parlamentarios y, en esta ocasión, incluya también a los sindicatos. Con diversos matices y fórmulas en cada país, una vez más estamos ante la reactivación del nacionalismo y del supuesto interés común entre la élite capitalista y la clase trabajadora para la reconstrucción de la economía nacional. Que esa falacia resulte exitosa dependerá de las contrapartidas materiales que pueda ofrecer cada facción nacional de la burguesía mundial a su respectiva clase trabajadora; algo que, como hemos visto, se vuelve especialmente problemático sin las perspectivas de una expansión capitalista de largo alcance.

Por otro lado, es importante subrayar que la situación actual ha puesto en evidencia la condición completamente inerme de la sociedad capitalista cuya reacción, ante lo que se nos presenta como un cataclismo, no es otra que la de ponerse en manos del gobierno respectivo. Es una renuncia práctica a la autonomía y un plegamiento bajo las directrices del estado de una sociedad que, acostumbrada a la delegación de sus funciones en los profesionales de la política, ha sido privada de recursos y medios materiales para gestionar su propia intervención frente a la eventualidad de cualquier desastre, ya sea natural o provocado. Una sociedad incapaz de reaccionar en una circunstancia en la que los gestores del capital, además de corruptos, demuestran su incompetencia a la hora de "protegernos", de garantizar la seguridad a la sociedad que administran.

Se hace cada vez más evidente que tenemos que tomar las riendas de nuestra propia vida porque la delegación en las instituciones del estado no garantiza nada, ni empleo, ni el bienestar prometido, ni seguridad, ni salud.

La democracia de consumidores se tambalea porque la clase gestora dominante no está en condiciones de ofrecer contrapartidas en el grado y extensión que son necesarias para la reproducción social en las actuales condiciones de desarrollo capitalista.

En este sentido, es una oportunidad de intervención y reapropiación de medios y recursos, pero sobre todo también de desarrollar la crítica práctica del modo de reproducción actual mediante el cuestionamiento de las categorías y condiciones de la misma. Ya es un lugar común afirmar que nada volverá a ser como antes, que no volverá el estado de bienestar, ni el sistema sanitario universal, etc. Las propuestas desde la clase dominante son incongruentes hasta el punto que pretenden reproducir la dinámica anterior a la pandemia que nos ha llevado a la actual situación.

Por eso es también una ocasión para preguntarnos si es esa la sanidad, el bienestar, etc. que queremos; si la manera de subvenir a nuestras necesidades es la que dicta la economía de mercado a través del consumo creciente de mercancías. Es, como mínimo, una ocasión para cuestionar las prácticas y categorías interiorizadas en nuestra condición proletarizada, en tanto sujetos sometidos al capital.

Por lo demás, en lo que concierne a la forma política del capital en la actualidad, podemos comprobar cómo la forma de la democracia heredada de la revolución burguesa se ha ido vaciando de contenido mediante la progresiva erosión de las libertades formales y los derechos individuales hacia una especie de totalitarismo democrático. En este aspecto, la pandemia es un campo de experimentación para nuevas formas de gestión de masas por medio de las aplicaciones tecnológicas de supervisión, como ya están haciendo en China y Corea del Sur, para la identificación facial y el seguimiento de los individuos a través de la telefonía móvil.

Esta liquidación de la democracia formal responde claramente a una estrategia de la clase dominante para llevar a cabo el control preventivo y punitivo de quienes no respetan el orden establecido en la medida que las posibilidades de mantener las expectativas de la sociedad de consumidores son cada vez más limitadas.

Compartimos tu lectura sobre las experiencias de control obrero, autogestión e incluso cooperativas de trabajadores, en el sentido de que expresan una respuesta política frente a la crisis, de ruptura con el capital y sus instituciones, aun cuando la imposibilidad de mantenerse al margen del sistema global capitalista, las condene a una forma de precarización del trabajo, la autoexplotación y una economía de subsistencia. Sin embargo, son experiencias políticas que sientan jalones en la conciencia de vastos sectores y, frente a esta crisis, probablemente de millones. ¿Cómo es tu lectura del rol que pueden jugar las experiencias de control obrero de otras crisis anteriores (2001 en Argentina, 2009 Grecia, etc.) en este nuevo período que se abre?

Todas las experiencias de cooperación, solidaridad entre iguales y de ayuda mutua que tienen lugar en la sociedad capitalista son en mayor o menor grado formas de resistencia a la socialización del capital, que persigue la individuación y el aislamiento del sujeto productor/consumidor. En ese sentido, las prácticas de control obrero son positivas porque son eso, experiencias que permiten poner las contradicciones fundamentales ligadas al proceso de proletarización (trabajo, salario, valor de uso, valor de cambio) sobre la mesa de forma práctica y no meramente teórica. Es lo que podríamos decir una manera de teorización práctica. Aprender a no evaluar el tiempo, el esfuerzo, la disponibilidad, el conocimiento, las habilidades, en términos de valor, en términos de equivalencia o de valor de cambio.

Las experiencias de las cooperativas permite experimentar en la práctica las limitaciones de la cooperación social en condiciones generales de sometimiento a los dictados de la economía de mercado y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de cuestionar el qué, cómo y para qué de lo que se produce con un relativo margen de libertad mayor que el asalariado convencional.

Una de las vías que abre la presente situación de crisis es precisamente, como decía antes, la posibilidad de tomar en nuestras manos nuestras propias vidas, los recursos y los medios que la hacen posible. Ahí nos ponemos ante los límites prácticos de la autogestión en cuanto a la esfera de la producción qué producir y con qué medios y de qué modo. El mero cambio en la forma de gestión del sistema industrial bajo el control obrero no representa por sí mismo la transformación automática del modo de producción capitalista. El sistema productivo de la sociedad industrial no puede ser realmente autogestionado porque es el resultado de una organización de la producción autoriaria y piramidal, basada en el sistema tecnocientífico, y orientada a la subordinación del ser humano a la máquina; es el sistema de producción acorde con la sociedad capitalista: jerárquica y autoritaria, compleja (burocratizada) y de sometimiento social (dominación de clase).

En el movimiento obrero industrial del capitalismo ascendente, la consigna de reapropiación de los medios de producción respondía a su momento histórico, es decir, a la ilusión progresista del proletariado que expresaba de ese modo la dominación formal del capital a través de la incorporación en el proletariado de la ideología burguesa del progreso y el entusiasmo por las máquinas "liberadoras" del trabajo.

Sin embargo, la experiencia histórica de la lucha de clase nos enseña que del sistema capitalista de producción de bienes y servicios ni todo es reapropiable ni tampoco reconvertible. Pensemos simplemente en los complejos industriales productores de nocividad, petroquímicos, nucleares o en las técnicas de producción agroindustrial. Sin duda, la idea de emancipación de la humanidad proletarizada ya es inseparable de su liberación del universo maquínico heredado del modo de producción capitalista. Los ludditas no destruían las máquinas simplemente por la natural resistencia al sometimiento asalariado, sino porque atentaba contra las condiciones de vida de la comunidad. Y ahí radica el profundo significado de su lucha.

En cualquier caso, es fundamental introducir en la crítica del capital, entendido como relación social, la crítica de la industrialización, de la tecnología y de la ciencia como categorías y prácticas determinantes de la dominación de clase, capciosamente incorporadas en la conciencia de la población proletarizada.

En el libro señalas de qué manera el capitalismo "patea la crisis para adelante", pero cada crisis es más profunda y tiene menos posibilidades de resolución que la anterior. En este sentido, demuestras cómo el "fordismo disperso" y la ampliación del tercer sector fueron un intento de recuperación de la crisis de mediados de los ’70, pero eso también está agotado (y probablemente, ese agotamiento se haya acelerado violentamente con esta crisis sanitaria). Dentro de esto, destacas un aspecto que ahora me parece que tiene gran actualidad: de qué manera una economía especializada en la industria de la movilidad refuerza el carácter dependiente del país respecto de la cadena mundial de acumulación del capital. Nos gustaría que desarrolles este concepto y cómo ves que este factor actúa en la situación presente y, en particular, hacia delante de qué manera se puede prever una dislocación de las formas de producción que asumió el capital en los últimos 30 años.

Efectivamente, el ciclo de reestructuración y de acumulación de capital de las tres últimas décadas que ya dio los primeros síntomas de agotamiento con la crisis de 2008, ahora parece abocado a su final. En lo que concierne a la industria de la movilidad, hay que distinguir entre dos subsectores de la misma; el de la movilidad regional y local, como consecuencia de la dispersión productiva en la pequeña escala, que induce actividad en cuanto al uso de automóviles, autopistas, industrias auxiliares mecánicas y de servicios, etc. y la industria o negocio de la movilidad turística.

La estrategia de deslocalización productiva ha impulsado la movilidad de las mercancías y de la fuerza de trabajo en todos los niveles, tanto mundiales como regionales, con millones de desplazamientos regionales diarios, pero ahora se observa que se ha vuelto una opción insostenible económicamente, como ha puesto de manifiesto la movilización de los chalecos amarillos franceses; operativamente por la interrupción de los intercambios comerciales internacionales y la saturación de los corredores de las conurbaciones, y desde el punto de vista medioambiental por su influencia sobre el cambio climático.

Además, las medidas para intentar frenar la pandemia han repercutido inmediatamente sobre las cadenas de suministro con la consiguiente repercusión paralizante sobre las economía regionales o nacionales. Tanto los países productores (China), como los ensambladores y consumidores quedaron paralizados por el efecto en cascada de la cadena logística, tanto hacia arriba (suministradores de componentes), como hacia abajo (distribuidores de productos acabados).

La vulnerabilidad de la cadena logística y de la acumulación de capital en la escala mundial quedó patente.

El mantenimiento de los servicios mínimos o actividades esenciales para la cadena de suministro de la alimentación y de las industrias auxiliares en un estado de emergencia, no han hecho sino poner de manifiesto la fragilidad estructural de la cadena

y la capacidad de maniobra de cada país dentro de la misma a la hora de subvenir a las necesidades más urgentes de la población manteniendo al mismo tiempo las barreras a la propagación del coronavirus.

Es decir, la cadena de dependencia de los países hace que desde instancias del poder político, económico y académico se comience a poner en entredicho y se hable de relocalización o de impulsar la producción nacional. De hecho, muchos países "consumidores" se han visto incapaces de fabricar o de reconvertir su industria hacia la producción sanitaria, ni para producir respiradores utilizados en las UCI (Unidades de Cuidados Intensivos), ni tan siquiera mascarillas o equipos protectores para el personal sanitario.

Es difícil prever cómo se concretará en sus detalles la reestructuración general del orden mundial capitalista que ha desencadenado la pandemia del coronavirus. Pero es probable que algunos países intenten reducir su dependencia dentro de la cadena productiva transnacional mediante un procedo de relocalización de algunas industrias y actividades, aprovechando que las reducciones de costes salariales sobre el que se basará el llamamiento al "esfuerzo de reconstrucción de la economía nacional" haga rentable la producción de mercancías cuya producción se había desplazado en los años 1980/90.

Ahora bien, habrá que ver hasta qué punto es posible echar atrás el reloj de la historia y volver a la relocalización de actividades económicas en un modelo de producción nacional. Y sobre todo cómo va a repercutir sobre el proceso general de acumulación de capital si, como ya estamos viendo, los países por sí mismos son impotentes para hacer frente a una situación de emergencia de las dimensiones creadas por el Coronavirus-19.

En lo inmediato, y bajo los efectos del coronavirus, ¿cómo ves las perspectivas del sector del turismo que en tu libro explicas que jugó un rol preponderante en la recuperación de varios países de Europa tras la crisis financiera de 2008?

Las restricciones sobre la movilidad y el temor generalizado en torno a la pandemia ha paralizado totalmente la actividad turística. El turismo es un negocio que depende de la capacidad adquisitiva de los consumidores pero que, como estamos viendo, no es un sector de actividad económica esencial; no es una mercancía de las llamadas de primera necesidad. Como sector económico determinante en los países de segundo orden de la cadena de acumulación de capital transnacional, depende del poder adquisitivo de los consumidores en los países capitalistas más desarrollados.

La eventual recuperación del sector turístico en el corto plazo dependerá, pues, de la rapidez con que se restablezca la normalidad adquisitiva en las democracias de consumidores. Pero, por lo dicho hasta ahora, todo hace pensar que no será fácil y así parece indicarlo la preocupación que propagan los representantes empresariales del sector turístico. Desde luego, desparecerán las pequeñas empresas y habrá una concentración del negocio en un sector que ya tiene un considerable grado de concentración. Algunos países, cuyo PIB depende en buena medida del turismo, en ningún caso volverán a la misma situación de antes. Lo cual no está mal si tenemos en cuenta los efectos devastadores del turismo.

Ahora bien, incluso una hipotética reconversión capitalista de la actividad turística es un asunto complicado por la naturaleza de su infraestructura, por su bajo nivel tecnológico y por contar con una mano de obra de baja cualificación. Claro está que la infraestructura inservible para el negocio turístico podría ser aprovechable para alojar a las personas sin hogar y paliar el grave problema de la vivienda, pero eso naturalmente no entra en los cálculos de los propietarios hoteleros ni de los gestores políticos ya que solamente mediante la expropiación podrían llevar a cabo políticas de alojamiento sin desequilibrar peligrosamente el déficit público.

En ningún caso el turismo podrá jugar el papel que tuvo en la reestructuración capitalista de finales del siglo XX, como compensación de la deslocalización industrial de algunos países. Al empobrecimiento generalizado de la población asalariada, que reducirá la demanda mundial de movilidad, habrá que añadir los problemas de financiación de nuevos negocios o sectores económicos en un contexto de caída de la acumulación de capital y el encarecimiento previsible de la energía, como consecuencia del agotamiento de las reservas y del aumento de los costes de explotación de los mismos.

El balón de oxígeno que, en medio de la actual barahúnda económica provocada por la pandemia, pueda representar el extraordinario abaratamiento del precio del petróleo es solo un espejismo pasajero consecuencia de la pugna circunstancial entre Rusia y EEUU.

Al mismo tiempo, planteas que la vulnerabilidad de la organización del fordismo disperso le otorga fuerza a grupos reducidos pero concentrados de trabajadores con funciones críticas. Nosotros hablamos de sectores del proletariado con "posiciones estratégicas" que, es evidente, se ampliaron a nuevos sectores de los servicios, como señalás claramente respecto de los trabajadores de puertos, aeropuertos, transporte, logística. En el marco de los cambios que pueden comenzar a desarrollarse con el agotamiento del esquema de producción descentralizada en el mundo que vos señalas, ¿cuál puede ser el destino de este sector que ganó un peso inusitado en la estructura económica contemporánea?

En primer lugar, es necesario recordar que la descentralización productiva tiene una doble finalidad en cuanto a la disgregación de los trabajadores y al abaratamiento de costes mediante la externalización de las actividades hacia empresas subcontratadas. Esa fue la respuesta precisamente al agotamiento de la estrategia fordista de concentración de los trabajadores en grandes fábricas, pero resulta que la solución de ayer es el problema hoy. Por eso, en el orden estrictamente productivo, industrial, una posible recentralización productiva tiene límitaciones dentro de cada sector y de cada actividad y producto.

Por otra parte, los servicios estratégicos relacionados con la logística, el transporte, el mantenimiento y la limpieza, por ejemplo, están en estrecha dependencia del sistema productivo. En la medida en que éste se encoja, también se reducirá la actividad en los servicios que dan salida a los productos en el mercado. El nivel de extensión que tales servicios tendrán en el próximo futuro dependerá, por tanto, de la evolución de la producción industrial y de la demanda social. Seguirá habiendo una relativa proporción de producción deslocalizada y otra relocalizada sobre todo si, como es previsible, en el proceso de reestructuración en el que ya estamos se crea el frente común para reconstruir la economía nacional y se lleva a cabo el sacrificio de los trabajadores, o sea, el abaratamiento mano de obra.

Sin embargo, como se está demostrando en el estado de emergencia actual, todos esos servicios son igualmente esenciales para la reproducción social, más allá de la esfera industrial. Su importancia estratégica se ve así reforzada, como servicios socialmente necesarios, pero de primera necesidad.

Llegado en este punto, quiero llamar la atención sobre la aparente revalorización social de esos servicios y particularmente de los cuidados. Todo el aparato mediático se ha volcado en alabanzas a los "héroes" de la pandemia (personal sanitario, de los supermercados, del transporte, etc.). Es como si de repente, hubiéramos descubierto que miles de hombres y mujeres sumergidos en modestas actividades, fuertemente precarizadas y, desde luego, nada espectaculares o "creativas", desarrollan un trabajo decisivo y realmente necesario para la vida. Y tengo mis dudas acerca de que esa gente que a las ocho de la tarde ritualmente se asoma a los balcones a aplaudir a ese abnegado colectivo, se habrá preguntado alguna vez acerca de las condiciones de trabajo de esas personas ahora mediáticamente heroizadas. Y, sobre todo, si también será solidaria cuando las hoy ensalzadas dejen de ser objetivo preferente del aparato mediático.

Sea como fuere, entre los muchos aspectos que la propagación del coronavirus-19 ha hecho aflorar es precisamente el que se refiere a la reproducción social, a las actividades concretas de la supervivencia y de los cuidados, y ponerlo en el primer plano de la realidad política.

El protagonismo de esas mujeres y hombres, trabajadores de servicios estratégicos en el proceso de producción y realización de las mercancías, aparecen en esta circunstancia igualmente estratégicos en la conservación de la vida de las personas.

Las implicaciones teóricas y prácticas de todo ello llevan directamente a cuestionarnos con toda la radicalidad que la situación exige acerca del trabajo, es decir, del trabajo socialmente necesario y de su relación con la vida humana que, en las actuales condiciones de sometimiento a la valorización del capital, no tiene otro horizonte que su preparación para el próximo desastre.