Brasil, quinto país del mundo en población y en superficie, tuvo su explosión social. Millones de brasileños salieron a las calles a protestar contra el alza de los transportes y, en pocos días, las reivindicaciones fueron mucho más allá. El alza de 20 centavos fue eliminada casi inmediatamente, pero las movilizaciones masivas continuaron, expresando el malestar de la ciudadanía ante una sociedad que no distribuye los beneficios del desarrollo (Brasil, al igual que Chile, es uno de los países más desiguales del mundo) se manifestó el descontento con la corrupción y el sistema político que excluye a la mayoría. Los manifestantes criticaron también los faraónicos trabajos preparatorios del Mundial de Fútbol de 2014 y de los Juegos Olímpicos de 2016.
La presidenta Dilma Rousseff señaló que había que escuchar la voz de la calle, se reunió con los líderes que iniciaron las protestas y anunció una propuesta de cinco pactos nacionales, un plebiscito e incluso una Asamblea Constituyente. Sin embargo la clase política rechazó inmediatamente la idea de la Asamblea Constituyente y la presidenta tuvo que dar marcha atrás (Otra semejanza con Chile).
Quizás el gobierno escuche realmente la voz de la calle y retome con más fuerza el camino de la inclusión, la redistribución de la riqueza y la democracia participativa, que lo hizo famoso en el mundo entero con los Foros Sociales de Porto Alegre.
Al igual que en otros países la movilizaciones en Brasil han hecho que muchos estudiantes y también otros sectores entren a la vida política, pero de manera autónoma, con otra visión, otra manera de hacer política. Eso puede ser determinante en el camino de construir alternativas ciudadanas al neoliberalismo, conquistando el sueño de ese otro mundo posible.
