Antonio Negri (1933-2023), una vida comunista / Alberto Toscano

“La persona libre es la que menos piensa en la muerte y su sabiduría no es una meditación sobre la muerte, sino sobre la vida”. Toni Negri, fallecido el 16 de diciembre pasado en París a la edad de 90 años, hizo de esta máxima de Spinoza un principio de referencia ético y político. La conclusión de la tercera y última entrega de su autobiografía intelectual, Storia di un comunista. Da Genova a domani (2020), presenta una conmovedora reflexión sobre el envejecimiento como regocijo de la vida y reducción de la acción. Negri ofrece la superación de la muerte —una idea decididamente atea y colectiva de la eternidad— como sustancia de su pensamiento, de su política y de su vida. Escribe: “Y, sin embargo, la posibilidad de superar la presencia de la muerte no es un sueño de juventud, sino una práctica de la vejez; siempre tenemos que tener presente que organizar la vida para superar la presencia de la muerte es un deber de la humanidad, un deber tan importante como el de eliminar la explotación y la enfermedad que son la causa de la muerte”.

Inspirándose quizá en el lejano recuerdo de su propio activismo juvenil de matriz católica, Negri extrae y proyecta el núcleo materialista y humanista de la resurrección de la carne contra todos los cultos miserables de la finitud y del ser-para-la-muerte. La guerra que Negri libró durante toda su vida contra los palacios se fundó en la convicción de que el poder, la potestas, se nutre del odio a los cuerpos y se halla fijada en el triple fetiche de patriarcado-propiedad-soberanía. Sus apparatchiks y administradores adoran ese silogismo vacío de “todo hombre es mortal”, que, sostiene Negri, se halla en la raíz “del odio a la humanidad, de ese odio que toda autoridad, todo poder, produce para afirmarse y consolidarse: el odio del poder respecto a sus súbditos. El poder se funda en la introducción de la muerte como posibilidad en la vida de cada día, porque sin la amenaza de la muerte la idea y la práctica del poder no podrían obtenerse […]. El poder es el esfuerzo continuo de hacer presente la muerte en la vida”.

Para Negri la libertad era una lucha colectiva contra este poder letal, una lucha contra el miedo a la muerte, contra el terror, moneda de cambio del poder. Como decía el poeta comunista Franco Fortini en su traducción de la Internacional, “chi ha compagni non morirà” [quien tiene camaradas no morirá]. Más allá del dominio académico de la historia y de la teoría de la filosofía, del derecho y del Estado, más allá de la interminable pero urgente búsqueda del sujeto revolucionario, más allá de las fenomenologías enormemente influyentes del poder del capital —del Stato piano [Estado planificador] al Stato crisi [Estado crisis] y al Imperio—, en el centro de la vida y de la obra de Negri latía la idea de que la filosofía es inseparable de una práctica de liberación colectiva, o del comunismo comprendido como una “pasión colectiva alegre, ética y política, que lucha contra la trinidad de la propiedad, las fronteras y el capital”. Esta pasión era algo que Toni irradiaba. Si había algo que le distinguía tanto entre los militantes como entre los académicos y estudiosos, era un cierto tipo de curiosidad sin límites, un deseo generoso de aprender, con todo detalle, de cualquiera que estuviera realmente implicado o implicada en una lucha por la liberación, que él siempre veía en los términos más amplios. La suya no era la sabiduría estereotipada de una sabiduría pacificada, porque Negri podía ser combativo, intrincado, antagonista. Pero su irreprimible entusiasmo por la liberación le otorgaba una rara e indómita juventud, incluso durante su vejez. Si la sabiduría implicaba un alegre desprecio de los poderosos, lo que Spinoza llamaba indignación, “el odio hacia quien ha hecho mal a otro”, entonces Toni era sabio de verdad. Esa alegría y esa indignación le permitieron atravesar una década de cautiverio y catorce años de exilio, caricatura y calumnia, cuando demasiados de su generación se convirtieron en testigos del Estado, en el sentido literal y figurado del término.

Tanto en su escritura como en su comportamiento personal, Toni tenía una reputación de optimista rayana en la fantasía, especialmente cuando se trataba de su visión de la multitud, forjada con su íntimo amigo y coautor Michael Hardt en un cuarteto de libros (Empire, 2000; Multitude, 2004; Commonwealth, 2009; Assemblea, 2018), que marcaron una época en la vida intelectual de la izquierda global. Muchos devotos de la forma de partido pasaron por alto que para Hardt y Negri la multitud es el nuevo nombre que recibe tanto la organización de masas como la clase obrera más allá de la cadena de montaje. Las acusaciones de ingenuidad también pasaron por alto que Toni, como era de esperar para alguien que experimentó los estragos de la guerra de niño y las brutalidades de la cárcel de adulto, albergaba una profunda creencia en la necesidad de enfrentarse a las realidades del sufrimiento espiritual y corporal. Su ensayo sobre el Libro de Job y su estudio sobre Giacomo Leopardi tenían como objetivo reflexionar sobre la capacidad materialista de la poesía para enfrentarse a la tragedia, el dolor, el nihilismo, así como para crear mundos a partir de la experiencia del sinsentido, el fracaso y la derrota. Aunque el Marx de Toni era sobre todo el de los Grundrisse –el Marx de la “subsunción real” y del “general intellect”–, hay una línea de los Manuscritos de París de 1844 que resuena con esta poética materialista del cuerpo, cuando Marx escribe que el hombre es “un ser que sufre y porque siente su sufrimiento, es un ser apasionado”.

Esta pasión por la libertad común, vivida a través del sufrimiento pero orientada hacia una alegría que desafía a la muerte, es el punto en el que el comunismo y la filosofía, la liberación y la ética, se encontraron para Negri tanto en sus escritos como en su vida. No resulta en absoluto casual que dedicara las últimas páginas de su autobiografía, sus palabras de despedida, a la lucha contra la extrema derecha que engulló su propia infancia y que ahora amenaza con volver. La debilidad y el miedo de la multitud, nos dice, vuelven a dejar sitio a un terror que quiere la apoteosis de la propiedad, del patriarcado y de la soberanía, que desea prohibidas todas las expresiones de alegría. “El fascismo —nos dice Negri— se sostiene en el miedo, produce miedo, constituye y constriñe a la gente al miedo”. Contra la consigna del fascismo, “viva la muerte”, Toni construyó una vida de pensamiento, camaradería, amor y lucha. No se me ocurre mejor forma de homenajearlo que transcribir el último párrafo de su autobiografía:

“En la resistencia al fascismo, en el intento de romper su dominio, en la certeza de que lograremos hacerlo, he escrito este libro. Sólo me queda, amigos míos, dejaros. Con una sonrisa, con ternura, dedicando estas páginas, estos tres volúmenes que estoy concluyendo, a los hombres y mujeres virtuosos en el arte de la subversión y de la liberación que me han precedido y a los que seguirán. Hemos dicho que son «eternos»: que la eternidad nos abrace”.

LIBROS

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