Aprendiendo a luchar: Mi historia entre el operaísmo y el feminismo

Cuando me encontré con el operaísmo yo tenía 19 años. Era militante de base del movimiento estudiantil de la Universidad de Padua. Era joven, así que guardaba silencio y aprendía. Recuerdo que quería decir cosas en muchas reuniones, pero era tímida y me sentía insegura y por lo tanto prefería estar callada. Las/os dirigentes del movimiento solían ser estudiantes que ya habían aprendido a hacer política porque tenían experiencia en organizaciones políticas o en partidos. Yo, por el contrario, solo tenía mis creencias sobre la necesidad de cambiar el mundo para que triunfaran la igualdad, la libertad y la justicia.


Mi única experiencia política previa había consistido en participar en las huelgas contra los ensayos nucleares de Francia en el Pacífico, cuando tenía 14 años. En aquella época asistía al gimnasio [la escuela de educación secundaria] Tito Livio en Padua, donde había muy pocos estudiantes en huelga. En un momento dado llegó el director, y cuando me vio, intentó cogerme de la oreja y me dijo: «Pasa dentro». Me aparté de él y le dije que no podía dirigirse a mí de aquella manera. Las/os estudiantes que se declararon en huelga fueron castigadas/os haciéndoles repetir curso.


La segunda gran experiencia que tuve, que me preparó para una vida de compromiso político, fue la de declararme atea cuando tenía 16 años. Vivía con mis padres en Dolo, un pequeño pueblo entre Padua y Venecia, y mi familia era muy religiosa (católica). Pero veía mucha pobreza e injusticia a mi alrededor, contra la que la Iglesia oficial hacía muy poco. Mi postura, que estaba en contra del papel de la jerarquía de la Iglesia, supuso un duro golpe para mis padres, pero lo soportaron.


Finalmente, cuando tenía 18 años, decidí marcharme de casa para ganarme la vida mientras estudiaba en la universidad, pese a que mis padres contaban con un buen poder adquisitivo y podían pagar mis estudios. Yo quería tener el control de mi vida y vivir sin privilegios sociales. Trabajé de muchas cosas diferentes, desde ayudante de tienda en una biblioteca a representante comercial que se ocupaba de las obras de arte y de bibliotecaria en la universidad. Esta vez mis padres lloraron mucho: desde su punto de vista, su única hija (yo tenía tres hermanos) era la más rebelde y veía la vida de una manera que consideraban que me traería muchas penurias.


Cuando ingresé en la Universidad de Padua, en la Facultad de Humanidades, el movimiento estudiantil estaba en sus comienzos. Se trataba de un gran e inmenso movimiento que quería reinventar nuestra forma de vida y la organización de la sociedad, empezando por los cambios en la universidad. No pude evitar unirme con un gran entusiasmo. Sin embargo, como estudiantes, estábamos aisladas/os de otras personas, especialmente de las/os trabajadoras/es, que en ese momento se encontraban ocupadas/os con sus propias luchas.


Fue por este motivo por el que participé en las luchas de las/os viajeras/os diarias/os y de las/os trabajadoras/es de los grandes almacenes. Las/os viajeras/os querían que su tiempo de viaje fuera reconocido por las empresas como parte de su tiempo de trabajo y no como un problema personal. Además, los trenes de pasajeras/os eran los peores de todos los ferrocarriles estatales: sucios y siempre con retraso, y sin ningún respeto hacia las/os pasajeras/os; por ejemplo, si había un retraso, nadie informaba por qué o cuándo llegaría el tren. Las/os trabajadoras/es de los grandes almacenes querían un salario más alto además de mejores condiciones laborales, incluidas menos horas de trabajo. Fue mi participación en estas luchas lo que me obligó a comprender mejor el papel de las/os trabajadoras/es en la sociedad capitalista y a pensar en cómo entender dichos roles.


Decidí asistir a un seminario de Ferruccio Gambino en la Facultad de Ciencias Políticas, en el que se habló sobre Das Kapital de Karl Marx. Comencé a comprender el significado de muchos conceptos y categorías que se empleaban en el movimiento, pero que por aquel entonces tenían un significado ambiguo para mí. Las cosas más importantes que aprendí en la clase de Ferruccio sobre Marx fueron los conceptos básicos de clase, capital, clase trabajadora, trabajo, trabajo productivo e improductivo y plusvalía, entre otros, pero reformulados de tal manera que podía plasmar de manera efectiva todos los cambios producidos por el capital en la historia de la sociedad después de Marx, y especialmente en la sociedad en la que vivíamos. La lectura consecuente de la sociedad propuesta por Ferruccio era muy diferente de la visión del marxismo ortodoxo que el Partido Comunista elaboraba y proponía.


No tardé mucho en darme cuenta de que, en este contexto, se podía encontrar una gran inteligencia política para abordar el presente, pero también para comprender el pasado, y que el grupo Potere Operaio (Poder Obrero) y su discurso proporcionaban una formidable caja de herramientas para las luchas políticas de todas/os las/os militantes. Sobre todo, este grupo estaba comprometido a crear una plataforma de organización donde las/os estudiantes, además de las/os trabajadoras/es, pudieran encontrar un espacio para unirse. En aquel momento, el gran problema era derribar las barreras sociales que suponían una gran separación entre las/os estudiantes y las/os trabajadores de las fábricas y el resto de las/os trabajadoras/es.


Sin embargo, este Marx reexaminado, aunque poderoso en comparación con la versión ortodoxa, continuaba estando ciego ante la realidad que vivían las mujeres. Con lo cual el discurso de Potere Operaio fue muy avanzado al considerar las nuevas fábricas, el nuevo papel de las/os trabajadoras/es en el sistema capitalista contemporáneo, pero fue muy pobre al considerar las tareas domésticas, los afectos, las emociones, la sexualidad, la educación, la familia, las relaciones interpersonales, la sociabilidad, etc.


No me gusta hablar de las limitaciones de Potere Operaio; como feministas, las hemos criticado y cuestionado en varias ocasiones debido a su desconocimiento de la condición social y del papel de las mujeres. Sin embargo, creo que las/os militantes de ese movimiento hicieron todo lo posible por hacer crecer el número de activistas y atraer a otras secciones de la clase, desde las/os trabajadoras/es de las fábricas hasta las/os empleadas/os, desde las/os estudiantes de secundaria hasta las/os maestras/os en las escuelas intermedias y secundarias, etc. También lograron enormes progresos en la difusión del discurso político fuera de la ortodoxia marxista. Consiguieron hacer del legado de Marx algo dinámico y útil para el análisis y la comprensión de la sociedad en la segunda mitad del siglo XX y enseñaron a todas/os las/os militantes de base, incluida yo misma, la capacidad de utilizar a Marx sin deferencia. Sin embargo, mi participación en Potere Operaio se vio limitada porque comencé a participar en el grupo emergente Lotta Femminista (Lucha Feminista).


Comencé a participar en Lotta Femminista cuando tenía 22 años. Mientras tanto, había crecido, había aprendido mucho, había superado mi timidez para hablar en público y sabía que era hora de darle un significado político también a mis decisiones personales. Las luchas personales con las que muchas mujeres se habían comprometido, por su propio bien y para cambiar la sociedad, necesitaban una caja de resonancia y una fuerza de unión que aumentara su poder. Esta fuerza fue el descubrimiento de la conciencia de clase por parte de las mujeres, que serviría como el motor de la organización política para sus luchas sociales. Lotta Femminista trajo la experiencia operaísta al movimiento feminista.


Sobre la base de estas experiencias políticas, decidí dedicar mi principal esfuerzo al análisis de las condiciones de vida de las mujeres desde la perspectiva de la economía política, reconsiderada en términos marxianos. Por supuesto, tuve que adaptar las categorías marxianas en vista de la experiencia feminista y la tradición política. Tuve el impulso de escribir El arcano de la reproducción por las necesidades prácticas de la lucha feminista. En esta labor recibí un gran apoyo de Mariarosa Dalla Costa y Sandro Serafini (de Potere Operaio), quienes revisaron el libro capítulo por capítulo.


Este libro, de hecho, analiza los principales problemas políticos que se debatieron en aquel momento dentro de todo el movimiento político. Tuvimos que gestionar el debate público y político dentro de nuestros grupos, dentro del movimiento feminista y el movimiento más amplio, formado por estudiantes y organizaciones políticas como Potere Operaio y Lotta Continua (Lucha Continua). Era necesario aclarar y explicar, primero ante nosotras mismas, y luego a todo el movimiento, por qué las/os militantes tenían que ir más allá de las categorías marxianas y en qué sentido. Por ejemplo, ¿en qué condiciones podían las mujeres ser consideradas clase trabajadora? ¿Qué mujeres?


Lotta Femminista siempre había sido una tendencia minoritaria dentro del movimiento feminista más amplio, porque las mujeres en el movimiento feminista al principio, y con razón, desconfiaban de cualquier teoría política desarrollada en las tradiciones políticas masculinas. La ironía de esto es que el movimiento feminista más amplio se habría vuelto mucho más fuerte y más sólido si hubiera aceptado nuestra propuesta política de «salarios para las tareas domésticas» (es decir, «trabajo doméstico», incluida la crianza de las/os hijas/os, el cuidado, etc.), en lugar de asumir, sin saberlo, la estrategia leninista de luchar por el trabajo fuera del trabajo doméstico como medio para asegurar un salario para las mujeres. Pero fue muy difícil para los Comités de Salarios por las Tareas Domésticas encontrar un consenso sobre su propuesta, porque las mujeres feministas en general pensaron que era mejor rechazar el trabajo doméstico en su totalidad y abandonar sus hogares.


En este periodo las feministas operaístas no pudimos convencer a todo el movimiento feminista de que la negativa al trabajo debía gestionarse mediante un proceso de negociación salarial, o de lo contrario el trabajo doméstico volvería de otra manera junto con el trabajo fuera del hogar, que queríamos superar. En otras palabras, el movimiento feminista nunca incluyó, en su programa político general, nuestro objetivo de obtener primero el reconocimiento social del valor del trabajo doméstico reclamando dinero por él. La estrategia que las feministas aplicaron al trabajo doméstico fue simplemente invitar a las mujeres a rechazarlo. Pero después de un tiempo quedó claro que esta estrategia era ineficaz, porque no podía hacer desaparecer las tareas domésticas en una escala masiva.


El movimiento feminista tuvo el gran mérito de otorgar a las mujeres un poder de negociación general a nivel social. Sin embargo, como habíamos anticipado, el problema de las «tareas del hogar» o del trabajo doméstico no desapareció de la agenda política de las mujeres. Lamentablemente, aún hoy no se ha hecho una reflexión sobre el fracaso de esta estrategia. Las nuevas generaciones de mujeres deben aprender de este error político y comprender que el trabajo doméstico, en sus aspectos materiales e inmateriales, debe ser socialmente reconocido como trabajo productivo.

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Traducción: Vanessa Amessa
Fuente: https://www.viewpointmag.com/2013/09/15/learning-to-struggle-my-story-be...

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