Aaron Benanav: La automatización y el futuro del trabajo

Durante las últimas décadas, el acelerado desarrollo tecnológico ha generado intensas transformaciones en la esfera productiva. Al observar el implacable avance de las máquinas físicas y virtuales en la industria de bienes y de servicios, una de las interrogantes más obvias que surgen es la siguiente: ¿vendrán los robots a tomar todos nuestros trabajos?. Esta pregunta tiene poco de novedosa. Se la han formulado mucho antes otros trabajadores que vieron amenazados sus puestos laborales, y en no pocos casos desembocó en complejos movimientos que, con el ludismo como epítome, se plantearon el objetivo de rechazar y destruir a las nuevas maquinarias que se instalaban en las fábricas.

La versión más reciente del fenómeno ha sido abordada por muchos autores como la irrupción de la Industria 4.0, que considera la incorporación de sistemas ciberfísicos, plataformas digitales y algoritmos afinados con Inteligencia Artificial para automatizar una serie de tareas que, quizás por primera vez en la historia, exceden el ámbito del trabajo manual para abarcar funciones “cognitivas”, amenazando con la desaparición de un rango de empleos nunca antes visto. A partir de esa constatación, ha brotado una competencia de proyecciones que buscan dar cuenta del impacto que tendrán las nuevas tecnologías de aquí a un par de años o décadas.

Más allá de las cifras que ofrecen unos u otros investigadores, que oscilan entre un 10% y un 50% de trabajos supuestamente en peligro de desaparecer, la mayoría de estos estudios adolecen de dos defectos. Por un lado, los modelos que utilizan están orientados a calcular la capacidad que tiene o tendrá la tecnología para realizar una tarea reemplazando a un ser humano, pero soslayan que para ser implementadas en la práctica las sustituciones deben ser rentables en términos capitalistas, lo que es bastante más difícil. Por otro lado, asumen sin mayor análisis la hipótesis de la automatización como principal fuente de desempleo en nuestro tiempo, y es precisamente en torno a ese supuesto que el libro La automatización y el futuro del trabajo se convierte en una contribución indispensable.

A grandes rasgos, la obra de Aaron Benanav se propone explicar el hecho real y concreto de que en la actualidad “hay muy pocos empleos para demasiada gente” (p.14), criticando los prejuicios que arrastra lo que denomina como el “discurso de la automatización” (p.25). Su principal argumento es que un análisis de las tendencias del capitalismo desde fines de la década de los 60’ muestra un sostenido estancamiento en la tasa de crecimiento de la productividad industrial a nivel mundial, de modo que resulta imposible que el descenso en la tasa de crecimiento del empleo industrial se deba a la introducción desbocada de innovaciones tecnológicas, cuyo resultado sería necesariamente un aumento correlativo de la productividad. Por consiguiente, los datos indican que la única alternativa lógica para comprender este fenómeno es atribuirlo a la caída aún más pronunciada de la tasa de producción industrial. En otras palabras, estaríamos frente a lo que diversos economistas heterodoxos han caracterizado como una crisis global de sobreproducción.

¿Significa esto que la automatización y el desempleo tecnológico son solo un mito? No, en absoluto. Las nuevas tecnologías son una realidad y la sustitución de trabajadores por máquinas también, como ha ocurrido otras veces. El asunto es que, en una economía mundial cuyo crecimiento depende de la producción industrial, las enormes capacidades instaladas para producir mercancías que no logran encontrar una demanda solvente redundan en una caída de las tasas de ganancia industriales, y en una huida de capitales buscando mayores beneficios en los sectores financiero y de servicios. A su vez, la desindustrialización resultante en los países capitalistas avanzados encuentra su contracara en aquellas formaciones económicas abundantes en mano de obra barata, adonde se desplazan los capitales que comienzan a competir a una nueva escala, con precios deprimidos por la saturación de los mercados y aumentos de la productividad más bien discretos, que deben equilibrar su eventual mayor producción con la capacidad adquisitiva que encontrarán (pp. 63-69).

No es algo trivial entender cómo es que el capitalismo puede desembocar en este tipo de prolongada crisis económica, y ciertamente el trabajo reseñado no es el mejor para despejar las dudas que podrían surgir en un lector exigente o más especializado. A Benanav le juega en contra la ausencia de un paradigma teórico con categorías analíticas que le ayuden a navegar con mayor agilidad en torno a estos temas, aunque es posible que su omisión haya sido deliberada para potenciar la divulgación de sus ideas entre un público más amplio. Cualquiera sea el caso, las cifras y tendencias de largo plazo que expone parecen bastante concluyentes para sostener sus afirmaciones, y eso puede ser más que suficiente para quienes no desean sumergirse en discusiones más complejas.

Pero el aporte de “La automatización y el futuro del trabajo” no se agota ahí, ya que a partir de este planteamiento el autor desarrolla dos temas en los capítulos siguientes. En primer lugar, esgrime que las consecuencias de la crisis no se han reflejado tanto en un crecimiento del desempleo absoluto como en un sorprendente aumento de diferentes modalidades de subempleo (informalidad, jornadas parciales, trabajo no productivo, etc.), que traen aparejado un aumento de la desigualdad con la expansión de trabajos mal pagados que se presentan como un destino inevitable ante la alternativa de la cesantía, generando además una población sobrante cada vez más numerosa que no parece tener cabida ni alternativa de supervivencia a largo plazo en el capitalismo.

En segundo lugar, acomete un análisis sobre las alternativas que deja el escenario actual y futuro para la humanidad. En él desarrolla una interesante crítica a las propuestas de Renta Básica Universal –tanto de derechas como de izquierdas–, que identifica como una respuesta tecnocrática e incapaz de resolver el problema de fondo si se analizan sus implicancias. A contrapelo de esas ideas, se interna en la vieja discusión socialista sobre el reino de la necesidad y el de la libertad. Mientras que para los teóricos de la automatización las máquinas vendrían a resolver los problemas de la esfera de la necesidad abriendo de par en par un universo de libertad, Benanav argumenta que esa ilusión no es concordante con la continua revolución de las fuerzas productivas en el capitalismo, donde las nuevas técnicas de producción no son engendradas para satisfacer necesidades humanas sino para apuntalar la rentabilidad empresarial en base a la explotación.

Ante esto, la propuesta que ofrece el libro es el imperativo de asumir desde ya la organización y distribución del trabajo humano, de modo que podamos resolver equitativamente las necesidades sociales sin esperar a que los robots se hagan cargo de ello (porque no lo harán). Por desgracia, hacia el final del texto el autor se queda en el esbozo filosófico de esta idea, sin reflexionar sobre los caminos científicos y/o políticos para materializarla, tarea que queda para los lectores.

En síntesis, se puede afirmar que estamos ante una investigación de alto vuelo, que se destaca especialmente por su capacidad de abordar el problema que le da nombre al título desde una perspectiva eminentemente mundial, ni más ni menos que al mismo nivel que se desenvuelve el capitalismo que la origina. Con datos sobre la mesa y pensamiento crítico, recogiendo lo mejor de la tradición científica nos invita a dudar de la explicación de los hechos tal como se nos presentan a primera vista, y también de cómo son presentados por los discursos académicos de moda. La cuestión de la automatización no ha perdido ni perderá su relevancia, pero tampoco debería deslumbrarnos al punto de perder el foco sobre su íntima relación con otros fenómenos del capitalismo actual, sin los cuales es imposible concebir alternativas políticas y sociales que resguarden el interés general de la clase trabajadora.