La cultura del trabajo

SANTIAGO AIZARNA
Libro reseñado: 
El diario vasco
01/05/2021
TRABAJO
capitalismo
FEMINISMO

En el comienzo de 'El problema del trabajo. Feminismo, marxismo, políticas contra el trabajo e imaginarios más allá del trabajo', Kathi Weeks se pregunta: ¿Por qué trabajamos tanto tiempo y tan duramente? ¿Por qué no hay una resistencia más activa al actual estado de cosas? La respuesta es sencilla, dice esta profesora de la Universidad de Duke: lo hacemos porque «debemos». Y nos recuerda que en 1905 Max Weber, en 'La ética protestante y el espíritu capitalista', dijo que la idea del 'deber' ronda en nuestras vidas como el fantasma de una fe religiosa dirigida con firmeza contra cualquier goce de la vida.

El trabajo sería una forma de comunión con Dios. «Quien no trabaja, no come», sentenciaba San Pablo, y para ser un buen discípulo de Cristo era necesario ser independiente económicamente, ganarse el pan con el esfuerzo del trabajo y, así, no ser una carga social. La falta de esfuerzo o disciplina individual levantaba sospechas morales, de manera que las pocas ganas de trabajar sería síntoma de carecer del estado de gracia. La otra cara de esas vidas sacrificadas y entregadas a Dios serían los pícaros, las vagas o maleantes, y hoy en día, los subsidiados, becados, paradas, pensionados, los menores migrantes, habituales en las colas del hambre, enfermos, dependientes y otro tipo de pasivos, según la visión más productivista de la vida.

La vinculación de nuestras vidas con una especie de ascetismo moral del esfuerzo productivo está estrechamente ligada a nuestra condición de sujetos disciplinados. Trabajar es una obligación moral y social que se dice liberadora, aunque sea una forma autoconsciente de sometimiento: vivir para trabajar y nunca al revés. Weber insiste en la importancia que tienen las fuerzas culturales, las relaciones subjetivas, las formas de conciencia y las creencias religiosas en la formación de las personas, en el orden familiar, en las relaciones de género y sociales de la clase trabajadora.

Para Weber la naturalización de la necesidad del trabajo es como una 'jaula de hierro' que, una vez separada de su inicial contenido religioso –servir a Dios y ganarse el cielo– es plenamente absorbida como calamidad por la cultura secular del capitalismo. Los efectos 'sanadores' del trabajo constante y la idea de que el individuo –con la autodisciplina adecuada, cierta creatividad, afán de superación y espíritu competitivo– puede alcanzar su propio desarrollo, sin ayuda de nadie, es algo que sigue afirmándose en las actuales condiciones de trabajo posindustrial o cognitivo.

A pesar de que el trabajo ha pasado a ser un bien cada vez más escaso en un marco económico desregulado donde ya no están garantizadas las perspectivas de progreso laboral estable −la flexibilidad y la precariedad están al orden del día−, donde ya no existen certezas de autonomía vital ni salvación asegurada, la cultura del trabajo se sigue entendiendo como signo de la autosuficiencia individual y sigue constituyendo la base ideológica fundamental de nuestro modelo de vida, consagrada en el tiempo para racionalizar y naturalizar la explotación y legitimar la desigualdad.

Sabemos que, para la mayoría de la gente, el trabajo es la vía de acceso a la alimentación, vestido, vivienda y otras necesidades primordiales. No se trata de negar que pueda haber en todos los seres humanos 'un placer' en el ejercicio de sus energías, más bien, se trata de insistir en que hay otras maneras de organizar y distribuir esa actividad y de ser creativos y libres fuera de los límites del trabajo; pensar la cultura del trabajo, tanto en la fábrica como en el hogar, como una responsabilidad colectiva, una forma de redistribución justa de los beneficios de las rentas o como una posibilidad para pensar el mundo con otras perspectivas más igualitarias y solidarias.

El libro de Weeks recoge muchos de los hitos de las luchas del feminismo y del antirracismo para lograr otras reglas de juego en las relaciones entre la economía productiva –históricamente masculina– y la reproductiva y de los cuidados –atendida en su mayoría por mujeres–. Esta autora cree primordial estar muy atentos a las prácticas subversivas que podrían desarrollarse en cierta concepción utópica feminista como lugar de resistencia y de contestación, para formular otros futuros de economía distributiva e igualitaria. Defiende una renta básica universal suficiente, individual, incondicional y continua que permitiría trabajar voluntariamente y no por necesidad vital; en el marco de una semana laboral de 30 horas sin disminución de salario y con derechos sociales básicos garantizados.

Para empezar, ya sería un gran avance −subraya− que exigiéramos cumplir las leyes vigentes sobre sueldos y duración de las jornadas laborales, especialmente la de trabajadores con bajos ingresos. El fin es que la Humanidad deje de tratar la relación con el trabajo como el centro de gravedad de todas sus actividades sociales e individuales.