Luchar por el trabajo doméstico amplía el frente de clase y la fuerza de las mujeres

Leopoldina Fortunati es una de las grandes referencias a nivel internacional del feminismo autónomo. Militante de Potere Operaio y Lotta Femmnista en el largo 68 italiano, Fortunati fue, junto con otras figuras como Selma James o Silvia Federici, una de las partícipes y organizadoras de la lucha transnacional por el salario doméstico. También es autora de El arcano de la reproducción (Traficantes de Sueños, 2019), un texto fundamental para comprender la renovación de la tradición marxista. Ahí desentraña la manera en que el trabajo no remunerado en el hogar, a menudo realizado por mujeres, es esencial para el mantenimiento y reproducción de la fuerza laboral.

Fortunati desafía las concepciones tradicionales dentro del marxismo, argumentando que el trabajo doméstico es una forma crucial y a menudo ignorada de producción de valor. Su análisis ilumina la intersección entre el género, la economía y la clase social, invitando a reevaluar las estructuras económicas desde una perspectiva feminista

En noviembre, unos días antes de la huelga feminista que tuvo en Euskal Herria por un sistema público-comunitario de cuidados, pudimos charlar y discutir sobre la importancia que siguen ocupando las luchas en la esfera reproductiva dentro de las articulaciones anticapitalistas, así como del rol que tienen las tecnologías contemporáneas. Ocurrió en Txarraska Gaztetxea tras la presentación de su libro.

¿Cómo crees que El arcano de la reproducción ayudó a la nueva lectura del marxismo en la esfera de la reproducción a principios de los años setenta?
En su momento, ese libro representó todo un salto con respecto a la tradición marxiana: introducía un mundo que era completamente invisible para la tradición ampliada de Marx, es decir, el trabajo, el mundo del hogar, la familia, la reproducción, la fuerza de trabajo, la producción, la nueva fuerza de trabajo, los niños, las futuras generaciones de trabajadores, etc. Todo esto estaba completamente ausente. Aquel trabajo, utilizando las categorías de Marx de forma innovadora y original, introdujo precisamente todos estos aspectos en el debate público.

Una de las cuestiones más relevantes es que la transformación capitalista, de un modo de acumulación fordista a uno postfordista, ha introducido una fuerte tecnologización en la organización del trabajo en la esfera privada del hogar. ¿Podrías profundizar un poco más en este punto?
A principios de la década de 1990, tecnologías como el ordenador, el teléfono móvil, entre otras, comienzan a introducirse progresivamente en el hogar. Luego habrá una segunda generación, que serán los asistentes virtuales como Alexa, de Amazon, o Google Assistant. Fueron años donde también se introdujeron nuevos aparatos en el hogar: los robots aspiradores para limpiar suelos, máquinas para elaborar recetas y cocinar…

Ahora bien, ¿qué tipo de tecnologías son estas? Desde luego, son muy diferentes a los medios utilizados tradicionalmente, a saber, los electrodomésticos, que tenían la función de reducir el esfuerzo, el tiempo necesario para realizar una tarea doméstica: la lavadora servía para lavar la ropa, el lavavajillas para fregar los platos y así sucesivamente con otras tecnologías. De esta forma, se reducía el tiempo de trabajo doméstico y también la fatiga para quienes tenían que desempeñarlo, que en la mayoría de los casos eran mujeres.

Las nuevas tecnologías, que yo llamo tóxicas, no sirven para reducir la jornada de trabajo doméstico, sino para alargarla, y para alargarla espantosamente, porque no solo alargan la jornada de las amas de casa, sino que alargan y reparten esta esfera doméstica a toda la familia, alargando también la jornada de los niños, de los adolescentes, de los ancianos y de los hombres, todos los cuales se ven ahora obligados a trabajar con estas tecnologías para reproducirse.

Así, gran parte del trabajo doméstico y material que realizaban las mujeres es ahora autoproducido a través de estas tecnologías por todos los miembros de la familia. De modo que se introduce toda una automatización de los comportamientos y los sentimientos, las emociones, la comunicación, la educación. Por supuesto, esto ha implicado introducir en el cuerpo social toda una serie de comportamientos uniformes, que sobre todo son cuantificables y manipulables, directamente controlables, contribuyendo de una manera fundamental a la esfera del trabajo inmaterial.

¿Qué influencia ha tenido todo ello en la reproducción social?
Ha supuesto un salto cualitativo enorme. En el mundo de la reproducción se ha creado toda una fuente de producción de valor, que es la producción directa de valor para los grandes gigantes de la red e internet. En la esfera del hogar, a través de estos aparatos, producimos capital para el capital más avanzado que existe hoy en día, aquel que tiene mayor capacidad de acumulación. El valor también se produce a través del uso de tecnologías en el hogar. Al mismo tiempo, estas grandes empresas tecnológicas han trasladado los costes del uso de la tecnología a los hombros de los usuarios. Somos nosotros los que tenemos que obtener el dinero necesario para costear  y mantener todas estas tecnologías y aparatos.

Si nos referimos a la esfera política, ¿qué efecto nocivo han tenido estas tecnologías?
Lo cierto es que han construido enormes muros entre distintos individuos que ahora pueden comunicarse entre sí, incluso estando a miles de kilómetros de distancia. Estos cuerpos permanecen fijos y separados unos de otros a través de las pantallas, lo cual socava los mecanismos básicos de la política, que efectivamente tiene lugar a través de los cuerpos. No hay política que pueda hacerse sin cuerpo. La política es movilización, manifestación, presencia en las calles, en las plazas, voces que gritan, que hablan y se comunican. Este tipo de política de la que hablo no puede hacerse online, tiene que hacerse en los lugares, es una política de la presencia. Estas tecnologías, sin embargo, han construido muros infranqueables entre los individuos.

En los años 70 participasteis en los comités y grupos confederales por el salario para el trabajo doméstico, tanto en Italia como a nivel internacional, con intervenciones de Estados Unidos, Francia y otros países. Estos días has subrayado que en ese momento el trabajo doméstico era principalmente realizado por mujeres, pero que la introducción de las tecnologías ha ampliado la cuestión del trabajo doméstico a otros sujetos como los niños o los ancianos. ¿Qué significa esto en la actualidad? ¿La reivindicación de un salario por el trabajo doméstico puede entenderse en este momento como una forma de extender y componer mediante la lucha a otros sujetos que en la actualidad participan en la esfera de la reproducción?
A finales de los años 80 la lucha por el salario del trabajo doméstico era una lucha que solo hacían las mujeres, es decir, era una lucha que solo encontraba su sujeto político en las mujeres. Hoy en día, con la asunción de parte del trabajo doméstico por parte de hombres, ancianos, niños, adolescentes, el frente de la lucha del salario por el trabajo doméstico puede fortalecerse y, por lo tanto, puede tener una vitalidad mucho más fuerte de la que tuvo en los años 70. Pero esto solo ocurrirá si todos estos sujetos están dispuestos a reconocerse como sujetos en el mundo de la reproducción. Así, la lucha del trabajo doméstico puede aspirar a construir un frente de composición de clase mucho más amplio que antes, y esto solo puede hacernos bien a las mujeres, al aumentar la fuerza política de la que disponemos.

El análisis que realizas parte de una lectura operaista de la composición de clase, pero al mismo tiempo lee la introducción de la tecnología en la esfera doméstica como una forma de “revolución desde arriba”, como una respuesta a la lucha que el movimiento feminista y obrero llevaron a cabo en las esferas de la producción y reproducción. Se podría decir, siguiendo tu trabajo, que del mismo modo en que la deslocalización industrial es una forma de desmontar las luchas obreras, estas tecnologías domésticas son parte de una respuesta para desactivar y neutralizar las lucha que las mujeres llevasteis a cabo en los años 70. ¿Podrías desarrollar esta idea?
Después de las oleadas del movimiento feminista de los años 70, la lucha ya no conoció momentos de organización política estable en la difusión de comportamientos de masas, del rechazo de la mujer al trabajo doméstico. Fue un momento donde la familia estaba completamente en crisis. La natalidad bajó mucho en todos los países europeos, especialmente en Italia, pero también en muchos otros países europeos. La relación hombre-mujer y de la familia ha experimentado una transformación tan grande que se ha convertido en un campo de lucha en sí misma. El campo de la identidad sexual, incluso más allá de la idea de lo binario, también se ha articulado muchísimo más.

Todo esto proviene del hecho de que los comportamientos de rechazo al trabajo doméstico han terminado por generar toda una esfera de la reproducción que resulta completamente disfuncional para el capital, tanto en términos de una disminución de la productividad del trabajo doméstico, como en términos de control, conocimiento y disciplinamiento de los movimientos de la población. Y esta es la base del funcionamiento del Estado moderno. Es en ese momento que el capital se encuentra con un dilema: dar una respuesta adecuada para resolver esta crisis. Ahora bien, parte de esa respuesta se encontró en la introducción de la tecnología en el hogar, precisamente para subsumir dentro del proceso tecnológico muchas partes del trabajo doméstico e inmaterial que las mujeres se negaban a proporcionar en cantidad cada vez mayor.

Este es el punto del que debemos partir, no solo para extender nuestras luchas hacia otros sujetos con los que componerse, sino para encontrar puntos estables de organización en las huelgas de mujeres. Debemos crear estructuras organizativas estables, precisamente para tener la fuerza política desde donde obtener el reconocimiento económico por el trabajo que hacemos.

La tradición operaista, en su lectura tanto obrerista como feminista, siempre ha prestado una atención muy precisa al plano de la formación y de la investigación.  ¿Por qué en la actualidad resulta tan necesario para nuestra acción política el recuperar el plano político y organizativo de la formación?
Hasta los años 70, los intelectuales de izquierda, tenían una función muy precisa dentro del movimiento, y era el de formar un cinturón rojo vinculado a las luchas de los distintos movimientos político-sociales, es decir, ofrecer herramientas de análisis, de comprensión de la realidad, de los problemas de la realidad, para dotar a los movimientos de una imagen de  cómo se movía el sistema capitalista. Esta función ha ido desapareciendo con el tiempo.

Asimismo, durante las últimas décadas las universidades se han rediseñado. Todo el sistema  vinculado al conocimiento se ha visto configurado a través de las sucesivas reformas que han tenido lugar de una forma estrictamente productiva y controlable dentro del canon dictado por la Academia. Se premia el publicar bobadas, aquel que ha escrito más artículos y libros obtiene más reconocimiento, no nos fijamos en la calidad. Esta transformación de la vida universitaria implica un control mayor sobre la vida de los propios intelectuales, así como sobre la calidad de lo que escriben.

Por supuesto, esto también ha tenido el efecto de que los intelectuales desvíen la atención de las luchas hacia temas académicos que crecen y mueren en sí mismos, que ya no están conectados con proyectos políticos, movimientos y luchas, etc. En los últimos 40 años se ha perdido la capacidad de dar formación política a los jóvenes militantes. Resulta imperativo reintroducir la formación política en los centros sociales, en los colectivos, en los sindicatos, allí donde la gente lucha por un programa político.

Romano Alquati, compañero tuyo en los 70 italianos, habló en varias ocasiones sobre el hecho de que la industrialización del conocimiento implica transformar la experiencia y la experimentación del conocimiento en datos concretos que se traducen en un lenguaje académico e industrial, a su vez, una forma de empobrecimiento y reducción de nuestras capacidades humanas. Una de las cuestiones más interesantes que la co-investigación militante ha planteado es la de qué tipo de sujeto participa en esta investigación, o cómo se transforma a través del proceso mismo de investigación. Al  permitir comprender mejor lo que está teniendo lugar, también sirve como una palanca para transformación sobre los actos.  ¿De qué forma se puede establecer de nuevo una relación sobre la co-investigación y la realidad política actual?
Al fin y al cabo, no se trata más que de una forma de dar un servicio, es decir, los intelectuales que en sus trabajos se refieren a los movimientos y a las formas de organización política de base deben tener una relación muy estrecha con el movimiento, y a partir de ahí intentar comprender qué necesidades se expresan desde los movimientos, o lo que es lo mismo, qué se necesita.

¿Cuál es el análisis más urgente hoy? ¿Cómo podemos comprender juntos la dinámica de nuestra sociedad y del sistema capitalista?
Esto solo se puede hacer en una relación extremadamente estrecha entre intelectuales y movimiento, porque si no hay esa relación estrecha, ni siquiera el intelectual con la mejor de las  voluntades puede llegar a hacerlo, no puede porque nadie posee la inteligencia colectiva para construir un análisis por sí solo.

Solo no se llega a ninguna parte. Aunque uno sea el mayor genio del mundo. Es en el debate colectivo donde se pueden vislumbrar ideas y pulsiones, direcciones sobre las que trabajar en serio a partir de problemas abstractos. La coinvestigación es lo contrario a la investigación académica, es partir de la práctica, de las experiencias concretas para volver a construir la teoría en un plano superior.